Jueves, 25 de Abril 2024

Doble o nada

Al decidir que Meade sea el candidato presidencial del PRI, Peña Nieto pone su proyecto en el centro del debate político en 2018

Por: Enrique Toussaint

El PRI buscará retener la Presidencia en 2018 con algo parecido a un tecnócrata: José Antonio Meade. EL INFORMADOR/ J. López

El PRI buscará retener la Presidencia en 2018 con algo parecido a un tecnócrata: José Antonio Meade. EL INFORMADOR/ J. López

La tecnocracia insiste que la técnica puede domar a la política. Sueña con un reino idílico en donde un grupo de especialistas gobiernen sin las pasiones de la política, la lucha por el poder y la demagógica participación. Los liberales, que suelen enamorarse de las tecnocracias, siempre han detestado la política y ven en el Estado a un mal que hay que aguantar para asegurar el imperio de la ley. La tecnocracia vendría a asegurarnos que un grupo de expertos se encarguen de los asuntos públicos sin caer en tentaciones ideológicas o seducciones de poder. Algo así como un grupo de hombres vestidos con sus batas de laboratorio que escudriñan, cuál científico en laboratorio, los laberintos de las decisiones públicas.

Como lo apunta el politólogo flamenco David Van Reybrouck, en un texto titulado “Contra las elecciones” que ha provocado mucha polémica en Europa, la tecnocracia no busca componer la democracia, sino que surge de una duda constante del liberalismo frente a las veleidades de la voluntad popular. Incluso, detrás de la tecnocracia hay una idea de tutela: “todo el poder al especialista para que él nos guíe sin distracciones terrenales. Sin embargo, los enamorados del gobierno de los técnicos suelen pasar por alto que su apuesta política es en sí misma una ideología”.

Los italianos intentaron la ruta tecnócrata con Mario Monti, durante los peores momentos de la crisis. El fracaso de su Gobierno lo llevó a apenas alcanzar los 10 puntos porcentuales en la siguiente elección y a profundizar una crisis de representatividad que derivó en el empoderamiento del Movimiento Cinco Estrellas. Lo mismo sucedió en América Latina durante los noventa y en el Sur de Europa tras la Gran Recesión. La tecnocracia no fue la medicina; por el contrario, devino en más frustración y hartazgo con el sistema democrático.

El PRI buscará retener la Presidencia en 2018 con algo parecido a un tecnócrata: José Antonio Meade. El ex secretario de Hacienda y Canciller, hombre situado en la primera línea política tanto con Felipe Calderón como con Enrique Peña Nieto, es la apuesta del PRI para mantener el discurso reformista del peñanietismo aderezado con un toque de “cambio”. El mensaje del PRI a los mexicanos es: frente al “radicalismo” de Andrés Manuel López Obrador, nosotros apostamos por el guardián de la estabilidad. Se desmarca Peña Nieto de la línea política de su partido y unge a Meade como el espejo de la continuidad, pero vestido con el traje del tecnócrata alejado del estereotipo del político corrupto. Es decir, Peña Nieto opta por la supervivencia del peñanietismo sobre los restos de lo que alguna vez fue el PRI nacionalista revolucionario.

Más allá del dedazo, que lamentablemente afecta a todos los partidos a la hora de decidir candidaturas y es una muestra indiscutible de la baja calidad de la democracia mexicana, la cargada por Meade de parte del peñanietismo surge de un diagnóstico que preocupa luego de dos décadas de transición que no han devenido en tasas altas de crecimiento, mejor distribución de la riqueza o disminución de los índices de la violencia. Para el PRI de Peña Nieto, el problema que explica la baja popularidad de su Gobierno -solo 14% aprueba su gestión- es la corrupción de los principales exponentes de su partido. Del “viejo tipo” de políticos priistas. No hay, tras la designación de Meade ni un asomo de autocrítica en materia de política económica o del proyecto de las reformas estructurales. Por el contrario, la apuesta son marcadas fisuras por Meade es una señal de que Peña Nieto se aferra a su proyecto a costa de lo que sea.

Meade puede no ser el priista clásico, pero eso no lo exonera de las decisiones que se han tomado durante el sexenio actual o incluso en la administración de Felipe Calderón. Solo en el descompuesto paisaje político mexicano, un partido puede impulsar a un candidato bajo la etiqueta de “externo”, a pesar de haber sido un funcionario clave de la administración pública en la última década. ¿No es el gran negociador de la reforma fiscal que tanto molestó al empresariado y a las clases medias en 2014? ¿No es Meade el ideólogo de la doctrina de los recortes al gasto público, sobre todo en educación y salud, luego de la abundancia de gasto en el primer trienio de Peña Nieto? ¿No es también un personaje protagonista de la reforma energética, la financiera y el resto de cambios legislativos que dominaron la agenda pública hasta finales de 2014?

Meade comparte el proyecto de Peña Nieto. Incluso, diría que Peña Nieto fue la cara política, pero los convencidos de las reformas estructurales fueron los tecnócratas que acompañaron a Peña Nieto durante la transición y que luego se incorporaron a su gabinete. Meade puede ser más parecido a Ernesto Zedillo que a Osorio Chong, pero eso no diluye ninguna responsabilidad sobre las decisiones en materia de política económica, endeudamiento y fiscalidad que se tomaron durante la administración de Peña Nieto. El legado del mexiquense es también responsabilidad de Meade, que se asume él mismo como el abanderado de la continuidad y el estatus quo.

¿Es posible que un secretario de Hacienda y Canciller de una administración corrupta, para más de alguno el sexenio más corrupto en décadas, se presente como el paladín de la honestidad y la probidad? ¿Es posible decir que el responsable de autorizar el gasto público del Gobierno actual no tiene nada que ver con la forma en que fue utilizado ese recurso durante los últimos años? Me parece que no. Al igual que López Obrador que debe responder por la corrupción de sus colaboradores o Anaya por las malas prácticas de sus gobernadores, alcaldes o diputados, e incluso por las de sus aliados políticos, Meade carga con la pesada maleta de la corrupción del actual sexenio.

La apuesta por Meade es riesgosa. Peña Nieto no destacará como un gran jefe de Estado, pero es innegable sus cualidades como autoridad partidista. En general, sus dedazos han sido efectivos, hasta cuando debió sacrificar las intenciones políticas de sus amigos (Estado de Mexico 2011). Sin embargo, su poder para controlar al PRI mengua conforme se acerca el final del sexenio. De forma acelerada, se convierte en un “pato cojo”, con menos poder para mantener la cohesión del PRI en torno a sus decisiones. El riesgo para Peña Nieto y Meade es imponer a un tecnócrata que seduzca a las élites empresariales y a las clases acomodadas celosas de López Obrador, pero que la base de su partido se desmorone. Corre el riesgo de implosionar al PRI en dos tendencias: el votante histórico del tricolor que no reconozca a Meade como uno de casa y que, por lo tanto, se mueva hacia el nacionalismo de López Obrador y una segunda más moderada o tecnócrata que se vea más aludido por el discurso de cambio del Frente.

Meade depende de una batalla: derrotar al Frente Ciudadano por México. Sabemos que México es un país tripartidista, pero que siempre se agrupa en torno a dos polos políticos competitivos. De acuerdo a todas las encuestas, López Obrador será uno de los aspirantes a la Presidencia que se mantendrá competitivo hasta los comicios de julio. Por lo tanto, el Frente y el PRI pelearán por el voto de la “moderación”. De acuerdo a la encuesta de Reforma, el Frente arranca un poco arriba del PRI en esa carrera por ser el retador de López Obrador. Si lo viéramos en términos futbolísticos, PRI y Frente jugarán la semifinal para definir quien se enfrenta en la final al tabasqueño.

Peña Nieto opta por Meade porque no ha renunciado a mantener Los Pinos. De acuerdo a sus cálculos, si Meade unifica al partido, pactando con personajes clave como Osorio Chong, y roba electores moderados al frente que comparten el proyecto del actual sexenio pero desconfían del PRI tradicional por corrupto, el partido gobernante podría competir hasta el final con López Obrador. Es riesgosa porque Meade es un tecnócrata con poco carisma, tampoco es muy conocido y muchos podrían no comprar la versión de que es un outsider. Sin embargo, Meade es la antítesis de López Obrador y calculan que el discurso de la estabilidad podría en una contienda de dos, ser más seductor que la narrativa de transformación del tabasqueño. La continuidad, luego de un sexenio como el actual, parte con pocas posibilidades, pero Peña Nieto decide que sea su proyecto de reformas, en voz de un tecnócrata, la principal apuesta del PRI en 2018.

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