Domingo, 28 de Abril 2024

Alfaro y la contingencia

La crisis por el coronavirus reforzó la figura del gobernador de Jalisco luego de meses de caída en sus índices de aprobación

Por: Enrique Toussaint

Alfaro y la contingencia

Alfaro y la contingencia

No han sido 15 meses sencillos para Enrique Alfaro. El panorama político cambió, radicalmente, luego de los comicios del primero de julio de 2018. La figura de Andrés Manuel López Obrador eclipsó todo. Los gobernadores, actores centrales de la transición, pasaron a ser piezas de adorno. El Presidente optó por enfrentar los distintos problemas nacionales con fórmulas centralistas: guardia nacional, INSABI, reforma educativa, programas sociales. El mensaje a los gobernadores: o te subordinas o no hay dinero. El viejo mantra del “feuderalismo” mexicano: lealtad política por recursos; lealtad política por impunidad.

Enrique Alfaro fue de los pocos gobernadores que no se dobló a la voluntad presidencial. No sólo en la estrategia de contención del COVID-19 hemos visto colisiones entre el Presidente y el gobernador de Jalisco. Revisemos la agenda desde diciembre de 2018: las negociaciones del presupuesto han supuesto raspones, el modelo de seguridad, la gestión de la salud pública, el proyecto económico. Es un tête à tête entre dos políticos que, como dirían en el argot futbolero: no saben jugar sin la pelota.

El gobernador ha tenido que enfrentar momentos complejos. El incremento de la tarifa del transporte público fue el más crítico por su alcance social. Sin embargo, hay muchos: la desaparición del Instituto Jalisciense de la Mujer, el dengue, A Toda Máquina y el partido de los Lakers, las fosas clandestinas. Las encuestas de aprobación de mandato, descontando las nada confiables (porque se venden al mejor postor), muestran que las decisiones tomadas por el gobernador ya le representan un desgaste en su imagen. A este contexto, hay que agregarle dos elementos: la confrontación abierta con algunos medios de comunicación y la decisión, personal del gobernador, de estar presente en todos los anuncios que hace su Gobierno. Alfaro encabeza la agenda y sus secretarios son actores de reparto. Un estilo personal, de gobernar y comunicar, que coexiste permanentemente con el riesgo y los vaivenes en la opinión pública.

En estos meses, Alfaro había perdido algo que lo catapultó a la gubernatura: su frescura. Durante meses, más que transmitir paz a los jaliscienses, transmitía frustración y coraje. El gobernador se llenó de mensajes repetitivos. Más preocupado por polemizar con el Gobierno Federal o con el periódico de turno, que por ofrecer un proyecto de consenso a los ciudadanos. La comunicación del Gobierno que debe ser siempre, en teoría, un instrumento de construcción de consensos en torno a un proyecto político, se tornó lenta, predecible, confrontativa. El gobernador parecía siempre a la defensiva, incluso en áreas de su administración en donde es insensato pedir resultados contundentes en un año o vicios que provienen de sexenios anteriores. 

Desde el viernes de la semana pasada en donde se adelantó el cierre de las escuelas y se pidió distancia social a los ciudadanos hasta hace dos días en donde se anunciaron los apoyos económicos por mil millones de pesos para enfrentar al Coronavirus, Alfaro vivió su momento de mayor liderazgo desde que llega a Casa Jalisco. Volvimos a ver a ese político capaz de anticiparse, preciso en su comunicación y que transmitía eficacia. Que estaba un paso delante de las incertidumbres sociales. La contingencia, que implica presión presupuestal, decisoria, política y comunicativa sacaron la mejor versión del gobernador. No se puede cantar victoria, lo relevante será la gestión de la contingencia cuando los casos comiencen a dispararse, pero Alfaro demostró que es capaz de tomar medidas drásticas para contener la cadena de contagio en Jalisco.
Escribió el académico y político canadiense, Michael Ignatieff, que un político sabe que perdió legitimidad cuando: “nadie te escucha”. No importa lo que digas, como reacciones, la opinión pública te quita el “derecho a ser escuchado”. Tengo la impresión que en amplios segmentos de la opinión pública, Alfaro dejó de significar algo. Durante años, el actual gobernador tuvo una identidad bien definida: la ciudadanización de la política; la austeridad en el ejercicio del Gobierno; la eficacia y su valentía política; la despartidización de la sociedad; la necesidad de gobiernos pragmáticos, no eclipsados por las batallas ideológicas. Esa simbología le permitió a Alfaro construir un proyecto hegemónico en Jalisco, pero la base de su éxito —la ampliación— también le supuso una gradual disolución de la identidad de Movimiento Ciudadano. El de Alfaro es un Gobierno que actúa, pero que sigue sin representar una gran batalla. La política es eficacia, pero también épica. Sin narrativa o puerto a donde arribar, el camino pierde sentido.

La contingencia por el Coronavirus le devolvió al gobernador la capacidad de iniciativa. Transmitió, en su discurso, algo que incluso puede ser más valioso que las acciones en sí: tranquilidad y autoridad. En momentos de crisis, las sociedades necesitan la verdad, pero también saber que los liderazgos políticos están a la altura de las circunstancias. Saber que alguien está tomando decisiones para evitar que el caos provoque miedo y sean combustible para la irracionalidad (compras de pánico, por ejemplo). Angela Merkel en Alemania optó por la crudeza (dijo que el 70% de los ciudadanos se iba a infectar) frente a una sociedad alemana que no se estaba tomando seriamente el desafío. Discursos similares vimos en países occidentales azotados por el COVID-19: Francia, España, Italia, Tal vez, en México, extrañamos la figura de un Jefe de Estado que entendiera la gravedad del contexto y anunciara medidas de calado desde los primeros días de la contingencia. Necesitamos confianza y, esa, sólo puede venir de la clase política.

El liderazgo de Enrique Alfaro, frente a la contingencia, le permitió incluso volver a comunicarse incluso con personas muy críticas de su administración. Ahora, para enfrentar eficazmente al COVID-19 y evitar afectaciones graves a la economía estatal, es fundamental que el gobernador pase el balón a los técnicos. Qué hablen las batas blancas y los científicos. La voluntad política consiste en asumir costos por tomar esas decisiones que los médicos ponen sobre la mesa (suspender clases, cerrar casinos, bares, disminuir restaurantes, enfriar la actividad económica). Y dos hechos innegables. El gobernador tiene margen político y lo puede explotar sin una confrontación abierta con la Federación. Un sistema federal es el que parte de la idea que las unidades centrales del sistema político son los estados, en donde descansa la voluntad del pacto. Somos un país con alma centralista, en donde nos decimos federales pero el dinero y las competencias las tiene el Gobierno Federal. A diferencia de la reacción por la crisis de desabasto de combustible, en esta ocasión, Alfaro ofreció soluciones y no problemas. En aquella contingencia, el gobernador transpiraba más incertidumbre.

Alguna vez dijo el analista político y asesor del actual jefe del Gobierno español, Iván Redondo, que lo que la gente espera de sus políticos no es un secreto a descifrar ni tampoco el trabajo de sesudos “spin doctors”. Es simplemente una idea que está ya en la sociedad y que hay saber traducirla en acciones de gobierno. El Alfaro que responde a situaciones críticas, en donde se exige autoridad y orden en un mundo de incertidumbre, es justo lo contrario que aquél que piensa que hay un Jalisco hambriento de refundación o de una nueva constitución. Uno es un gobernador que responde a lo que la calle le pide y el otro es alguien que pretende empeñar su capital político en un proyecto que no le hace sentido a las mayorías.

Tapatío

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