El primer pontífice americano, hijo pródigo de Argentina y siempre del lado de los desamparados. Tres elementos que ayudan a entender la relevancia del hombre que nació como Jorge Mario Bergoglio pero pasará a los libros de historia como el Papa Francisco.Desde el momento en que se ordenó sacerdote entendió que su camino era el de ser un siervo de Dios y también un servidor del necesitado. “Mi gente es pobre y yo soy uno de ellos”, dijo más de una vez, para explicar las razones por las que a lo largo de su vida rechazó el lujo, prefirió vivir en espacios humildes y prepararse su propia cena.Nacido en Buenos Aires un 17 de diciembre de 1936, fue hijo de inmigrantes piamonteses. Su padre, Mario, era contador empleado en el ferrocarril de Argentina; mientras que su madre, Regina Sivori, se ocupaba de la casa y de la educación de los cinco hijos del matrimonio.Detrás de la vocación había un hombre de carrera. Se diplomó como técnico químico, y eligió luego el camino del sacerdocio, entrando en el seminario diocesano de Villa Devoto. El 11 de marzo de 1958 pasó al noviciado de la Compañía de Jesús, uno de los pasos trascendentales en su vida. El aprendizaje (adquirido y compartido) jugó en todo momento un papel destacado en sus días. Completó los estudios de humanidades en Chile y en 1963, al regresar a Argentina, se licenció en filosofía en el Colegio San José, de San Miguel. Entre 1964 y 1965 fue profesor de literatura y psicología en el Colegio de la Inmaculada de Santa Fe y en 1966 enseñó las mismas materias en el Colegio del Salvador en Buenos Aires. De 1967 a 1970 estudió teología en el Colegio San José, y obtuvo la licenciatura.El 13 de diciembre de 1969 recibió la ordenación sacerdotal de manos del arzobispo Ramón José Castellano. No pararía en ascender en los escalafones de la Iglesia Católica. Prosiguió la preparación en la Compañía de 1970 a 1971 en Alcalá de Henares (España), y el 22 de abril de 1973 emitió la profesión perpetua. De nuevo en Argentina, fue maestro de novicios en Villa Barilari en San Miguel, profesor en la facultad de teología, consultor de la provincia de la Compañía de Jesús y también rector del Colegio.El 31 de julio de 1973 fue elegido provincial de los jesuitas de Argentina, tarea que desempeñó durante seis años. Tras ello, reanudó el trabajo en el campo universitario y entre 1980 y 1986 es de nuevo rector del colegio de San José, además de párroco en San Miguel. En marzo de ese año 1986 se traslada a Alemania para ultimar la tesis doctoral; posteriormente los superiores lo enviaron al colegio del Salvador en Buenos Aires y después a la iglesia de la Compañía de la ciudad de Córdoba, como director espiritual y confesor.Fue el cardenal Antonio Quarracino quien le llamó como su estrecho colaborador en Buenos Aires. El 20 de mayo de 1992 Juan Pablo II lo nombró obispo titular de Auca y auxiliar de Buenos Aires. El 27 de junio recibió en la catedral la ordenación episcopal de manos del purpurado. Como lema, eligió “Miserando atque eligendo” (en latín, “te miró con amor y te escogió”) y en el escudo incluyó el cristograma IHS, símbolo de la Compañía de Jesús.Posteriormente, fue nombrado vicario episcopal de la zona de Flores y el 21 de diciembre de 1993 se le encomendó también la tarea de vicario general de la arquidiócesis. Por lo tanto, no sorprendió que el 3 de junio de 1997 fuera promovido como arzobispo coadjutor de Buenos Aires.Antes de nueve meses, a la muerte del cardenal Quarracino, lo sucede (el 28 de febrero de 1998) como arzobispo primado de Argentina. Tres años después, en el Consistorio del 21 de febrero de 2001, Juan Pablo II lo creó cardenal. Para esa ocasión invitó a los fieles argentinos a no acudir a Roma para celebrar la púrpura y mejor destinar a los pobres el importe del viaje. En octubre de ese año fue nombrado relator general adjunto para la décima asamblea general ordinaria del Sínodo de los obispos, dedicada al ministerio episcopal, encargo recibido en el último momento en sustitución del cardenal Edward Michael Egan, arzobispo de Nueva York, de presencia necesaria en su país a causa de los ataques terroristas del 11 de septiembre.Por aquella época su figura se hizo cada vez más popular en Sudamérica. A pesar de ello, no perdió la sobriedad de trato y el estilo de vida riguroso, por alguno definido “casi ascético”. En abril de 2005, participa en el cónclave en el que es elegido Benedicto XVI.Como arzobispo de Buenos Aires -diócesis de más de tres millones de habitantes- pensó en un proyecto misionero centrado en la comunión y en la evangelización. Cuatro fueron los objetivos principales: comunidades abiertas y fraternas; protagonismo de un laicado consciente; evangelización dirigida a cada habitante de la ciudad; asistencia a los pobres y a los enfermos. En septiembre de 2009 lanzó a nivel nacional la campaña de solidaridad por el bicentenario de la Independencia del país: doscientas obras de caridad para llevar a cabo hasta 2016.A sus sacerdotes siempre les recomendó misericordia, valentía apostólica y puertas abiertas a todos. Lo peor que puede suceder en la Iglesia, explicó en algunas circunstancias, “es aquello que el teólogo jesuita Henri de Lubac llama mundanidad espiritual”, que significa “ponerse a sí mismo en el centro”.Y cuando cita la justicia social, invita en primer lugar a volver a tomar el catecismo, a redescubrir los diez mandamientos y las bienaventuranzas. Su proyecto era sencillo: si se sigue a Cristo, se comprende que “pisotear la dignidad de una persona es pecado grave”.