Viernes, 26 de Abril 2024

Escudriñando la Doctrina Estrada

¿México debería desconocer el Gobierno de Nicolás Maduro y apoyar a la oposición en Venezuela?

Por: Enrique Toussaint

Escudriñando la Doctrina Estrada

Escudriñando la Doctrina Estrada

Existe un consenso: el régimen venezolano ha devenido en una dictadura. Nicolás Mauro, “reelecto” en 2016 en una fraudulenta cita electoral, usurpó los poderes de la Asamblea Nacional de Venezuela y ha violado, reiteradamente, el marco constitucional bolivariano. No sólo eso, Maduro decidió usar la fuerza de los militares para someter a la oposición y mantenerse en el poder a golpe de fusiles y sin legitimidad democrática. El régimen que encabeza Maduro es detestable, liberticida y lleva a su pueblo a la miseria.

Frente a esta realidad, el presidente de la Asamblea Nacional, Juan Guaidó se autoproclamó presidente de Venezuela. Estados Unidos, Canadá y una gran parte de los países latinoamericanos decidieron reconocer a Guaidó. La Unión Europea reconoció la legitimidad de la Asamblea Nacional, pero no hizo lo mismo con las ambiciones presidenciales del legislador. México, por su parte, pidió una salida negociada a la crisis política, pero no desconoció al Gobierno de Maduro. ¿Se equivoca México al no respaldar a Guaidó? ¿Debe México romper su neutralidad, enmarcada en el artículo 89 de la Constitución?

La Doctrina Estrada, acuñada en los treinta -en el contexto previo a la Segunda Guerra Mundial- sostenía que México no usaría el reconocimiento o desconocimiento de un Gobierno como instrumento de política exterior. Es decir, es una renuncia al intervencionismo y apela a que los conflictos políticos nacionales se resuelvan internamente. La Doctrina Estrada tomó fuerza en la Guerra Fría, cuando las dos superpotencias -Estados Unidos y la Unión Soviética- ponían y quitaban gobiernos a su gusto. El reconocimiento es siempre una posición política, pero en la Guerra Fría suponía premiar a los aliados y castigar a los adversarios ideológicos. En un contexto de excesiva polarización ideológica, la neutralidad mexicana le permitió influir en la resolución de múltiples conflictos en la región. De la misma forma, mantener relaciones políticas con países de múltiples signos ideológicos.

Los principios de no intervención y libre autodeterminación de los pueblos quedaron contenidos en el Artículo 89 de la Constitución. Sin embargo, dichas tesis fueron puestas en duda con la llegada del foxismo. El canciller Jorge Castañeda decidió abandonar la neutralidad del país y ser muy crítico de los regímenes políticos en Cuba y Venezuela. México se alineó claramente con los Estados Unidos y el canciller buscó que la diplomacia mexicana tuviera como prioridad la defensa de la democracia y los Derechos Humanos en el mundo. El hiper protagonismo del secretario provocó que México perdiera mucho peso político en América Latina.

Andrés Manuel López Obrador nunca escondió su simpatía por los principios tradicionales de la política exterior. Lo dice en su libro y en el proyecto alternativo de nación: él apuesta por la no intervención y la política exterior no es parte de sus prioridades. Incluso, durante los debates, el presidente lo señaló sin ambigüedades: la mejor política exterior es la política interna. Podemos estar o no a favor de la neutralidad que refleja la política exterior mexicana, pero lo que es innegable es que López Obrador nunca mintió sobre su postura en materia de relaciones internacionales. Frente a la coyuntura venezolana, López Obrador abrazó la Doctrina Estrada.

Ahora, la Doctrina Estrada tiene dos virtudes indiscutibles y dos dimensiones negativas. Una virtud es que permite que México juegue un papel constructivo en el plano internacional. Particularmente si asumimos que no somos ni Suecia ni Dinamarca, es decir que no somos ningún ejemplo en materia de democratización u observancia de los Derechos Humanos. Es decir, si México quisiera tener un papel más protagónico en los debates globales, condenando regímenes y aprobando otros, primero debería resolver los problemas en casa. ¿Con qué legitimidad puede México condenar las violaciones a los derechos humanos en Venezuela, si aquí tenemos desaparecidos, torturas y homicidios por doquier? ¿Es México un ejemplo de democracia como para dar lecciones en el mundo? Para ser creíble, México tiene que hacer mejor las cosas de puerta hacia adentro.

La otra virtud es que no encapsula a la diplomacia en un debate político-ideológico, permitiéndole tener nexos internacionales con regímenes de todo tipo. Y es que, ¿hasta dónde debe México reconocer o desconocer regímenes? ¿Debe México desconocer al dictador Maduro, pero mantener vigentes sus relaciones con las teocracias árabes? ¿Debe romper con el corrupto de Ortega en Honduras, pero mantener sus relaciones con el Egipto gobernado por una junta militar y que no conoce ni esbozo de democracia? ¿Debe México mantener relaciones con una dictadura de partido único como China? Ése es el problema, dónde se pone la línea de reconocimiento. La diplomacia mexicana estaría en un laberinto sin destino.

Sin embargo, las dos debilidades son también claras. Primero, la doctrina estrada pone la soberanía como el principal valor de la política exterior. Es decir, la soberanía se pone por encima de la democracia, los derechos humanos, el combate a la violencia, el terrorismo. ¿De verdad México no va a condenar ningún acontecimiento de política interna de ningún país? ¿Qué pasa si mañana Maduro recrudece sus ataques contra la oposición y hace una limpia? ¿Si Maduro manda matar a Guaidó? ¿Si Trump decide perseguir a mexicanos en Estados Unidos, no diría nada López Obrador? ¿En qué casos México va a levantar la voz? El problema es que la Doctrina Estrada debe tener límites. Tienen que existir principios que estén por encima de la soberanía.

Y la segunda: ¿la Doctrina Estrada será un caparazón para evitar las críticas del exterior? Tanto Felipe Calderón como Enrique Peña Nieto fueron alérgicos a la crítica desde el exterior. No aceptaron los juicios que desde el exterior señalaban violaciones a los derechos humanos. Amnistía Internacional y la ONU dijeron que estas prácticas eran sistemáticas en México; valoración que siempre rechazó la diplomacia nacional. La Doctrina Estrada también puede ser cobijo para permitir regresiones autoritarias.

La postura de México frente a la crisis política en Venezuela es la correcta: apelar a una solución negociada entre Gobierno y oposición. Empero, faltaron dos elementos en la declaración. La condena absoluta a la violencia, sobre todo aquella que se ejerce desde el Palacio de Miraflores contra la oposición. Y, segundo, pedirle al dictador que convoque elecciones cuanto antes. Los venezolanos han sufrido mucho en los últimos años y la única salida es la realización de comicios, con observación internacional y que cumplan con las garantías democráticas mínimas. México debe ser parte de la solución, no un aliado más de los que quieran apagar el fuego con gasolina.

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