El 11 de febrero de 2013, el papa Benedicto XVI anunció su renuncia al pontificado, un hecho inusual que no ocurría desde hacía casi 600 años. Su salida voluntaria activó el protocolo para la celebración de un nuevo cónclave, una reunión secreta del Colegio de Cardenales encargada de elegir a su sucesor. El cónclave comenzó el 12 de marzo de 2013 en la Capilla Sixtina, con la participación de 115 cardenales electores de todo el mundo. Durante este tipo de cónclaves, se realizan votaciones secretas para llegar a un nuevo consenso sobre el nuevo Papa. En esta ocasión, fueron necesarias sólo cinco votaciones, dos el primer día y tres el segundo, para llegar a una decisión. El 13 de marzo, poco después de las 19 horas (hora de Roma), el tradicional humo blanco salió por la chimenea de la Capilla Sixtina, señalando que la Iglesia Católica ya tenía un nuevo Papa. El elegido fue el cardenal argentino Jorge Mario Bergoglio, arzobispo de Buenos Aires. Su nombramiento fue una sorpresa para muchos, ya que no figuraba entre los favoritos de la prensa especializada. Sin embargo, su elección fue interpretada como una señal de apertura hacia nuevas realidades sociales y geográficas dentro de la Iglesia.Bergoglio adoptó el nombre de Francisco, en honor a San Francisco de Asís, símbolo de humildad, pobreza y compromiso con los más necesitados. Fue el primer pontífice en adoptar este nombre, lo que desde el inicio marcó un tono renovador en su papado. Con su elección, Francisco se convirtió en el primer Papa latinoamericano, el primer jesuita en ocupar el trono de San Pedro y el primero no europeo en más de mil 200 años. Estos factores hicieron de su designación un evento de enorme repercusión mundial.KG