Este jueves 8 de mayo, el mundo fue testigo de una imagen icónica desde el Vaticano: una columna de humo blanco emergiendo de la chimenea de la Capilla Sixtina, señal inequívoca de que un nuevo Sumo Pontífice ha sido elegido durante la segunda votación del cónclave. Esta señal visual, profundamente arraigada en la tradición católica, marca el fin de la deliberación y el inicio de un nuevo liderazgo espiritual.Sin embargo, no siempre ha existido una claridad total respecto al significado del humo que sale del techo de la capilla. De hecho, existe un color que alguna vez se consideró para mejorar la comunicación del resultado, pero que hoy permanece en la sombra de la historia: la fumata amarilla.La práctica de usar humo como medio de comunicación en los cónclaves tiene su origen en el año 1903, durante el proceso que culminó con la elección del Papa Pío X. En ese entonces, se comenzaron a incinerar las papeletas de votación junto con paja húmeda, generando humo negro en caso de no alcanzar un acuerdo y humo blanco cuando había consenso. Este sistema visual se convirtió con el tiempo en un símbolo reconocible, aunque no exento de problemas.Un ejemplo de estas dificultades ocurrió en 1958, durante la elección del Papa Juan XXIII. En aquella ocasión, una nube de humo grisáceo generó confusión entre los fieles, quienes interpretaron prematuramente que ya se había seleccionado un nuevo pontífice. A raíz de este tipo de situaciones, surgieron propuestas para añadir un tercer color al código: el amarillo.La idea era utilizar una fumata amarilla como una especie de “anuncio intermedio” que advirtiera a los asistentes sobre una posible definición próxima. Aunque algunos técnicos llegaron a experimentar con sustancias para generar ese tono, el intento no prosperó. Las pruebas no ofrecieron resultados satisfactorios y, además, muchos dentro del Vaticano consideraban que introducir un tercer color podría diluir la fuerza simbólica del blanco y el negro, establecidos desde inicios del siglo XX.A pesar de que la propuesta nunca fue oficialmente implementada, el concepto volvió a tomar relevancia brevemente en 2005. Durante el cónclave que eligió a Benedicto XVI, se utilizó una mezcla química para hacer más visible la fumata blanca. El resultado fue un humo con un tono ligeramente amarillento o beige, lo que generó momentánea confusión. Sin embargo, no se trató de una fumata amarilla intencionada ni tuvo un mensaje propio: fue simplemente un efecto colateral de la mezcla empleada.Hoy en día, la fumata amarilla permanece como una anécdota dentro del complejo ritual de los cónclaves. Aunque su implementación nunca fue formalizada, su historia ofrece una mirada curiosa sobre los esfuerzos del Vaticano por perfeccionar una tradición que, a pesar de la modernidad, sigue dependiendo del lenguaje del humo.BB