El mito fundacional del morenismo ocurrió el 2006. Y mucho de lo que ocurre en México hoy puede explicarse en las elecciones presidenciales de entonces. La política, mero ejercicio de revancha; el gobierno, maquinaria para borrar un periodo de la historia.Eso que hoy quiere llamarse obradorismo no nació en los ochenta cuando su fundador apoyaba indígenas en la pauperizada región de La Chontalpa, Tabasco.Tampoco cuando quien décadas después fundaría Morena al fin vio la luz que le llevó a abandonar el PRI para encabezar a finales de 1988 la primera candidatura neocardenista a un gobierno estatal; la renuncia de AMLO al tricolor ocurrió un año después de que Cuauhtémoc Cárdenas provocara un cisma en el partido tricolor.Vayamos a los noventa. Ni los “éxodos por la democracia”, esas caminatas de cientos de kilómetros para denunciar fraudes o abusos, ni los triunfos en su calidad de dirigente nacional del PRD. Nada en la biografía política de Andrés Manuel López Obrador supera lo que él y sus seguidores consideran una victoria presidencial escamoteada con artimañas, dispendio de recursos y mediante la confabulación de poderosos entes privados y públicos.El 2006 es un carbón ardiendo en la piel morenista, una herida que no cierra ni con el bálsamo de las victorias de 2018 y 2024. Un mito al que, para mantener vivo, para cosechar sus frutos, hay que ofrendar cabezas de los adversarios de aquella elección y de sus creaturas.Nunca fue más cierto que con los morenistas eso de que los ganadores redactan los libros de texto. Para AMLO, ganar el 2018 no fue final de una etapa e inicio de otra. Suponía barrer de la historia sucesos previos a, y consecuencia de, Felipe Calderón (2006-2012).Desde la oposición, el obradorismo llamó espurio a Calderón. Desde el Gobierno y con su mayoría en el Congreso y en gubernaturas, el régimen es traxcavo que desmonta lo que posibilitó las alternancias, poleas que “a la mala” les impidieron ganar. Van más allá de Calderón.Por eso ya no existe duda sobre cómo va a fallar el Tribunal de la materia electoral. Ya es un aparato a contentillo del oficialismo. No solo para cuidarse de no perder cosas en el aquí y el ahora, sino para que le sancione al movimiento guinda revanchas de aquel ayer.Antes de la reforma judicial, el Tribunal de lo comicial propinó revés tras revés al Instituto Nacional Electoral que aún no era cooptado por el morenismo (cosa ésta que ocurrió en abril de 2023, cuando al renovarse cuatro consejeros el Gobierno metió toda la mano).El INE tuvo que pagar pecados de consanguineidad política: ese organismo, con sus consejeros con voz y voto y partidos sin voto es considerado como hijo del IFE que sancionó la derrota de AMLO por 0.56%. Aquí los sucesores sí pagan por sus antecesores.Mismo destino espera al PAN y al PRI. Serán borrados porque se coaligaron en la cita electoral, cuando algunos gobernadores priistas operaron en contra del tabasqueño, y cuando el pragmatismo panista conoció nuevos límites al pactar con su adversario histórico a fin de no dejar pasar al PRD, entonces el vehículo de López Obrador.Y si por algo Andrés Manuel abandonó al partido de la Revolución Democrática que fundó y con éxito presidió, fue porque el llamado Sol Azteca no se sentía tan incómodo al tratar con panistas y priistas, porque no consideraba insuperable la afrenta del 2006; porque sabían perder.Hasta ahora, el único límite para esa revancha histórica ha sido que no evite ganar en la siguiente elección, que garantice la venganza.Y si empresarios que pactaron y financiaron la campaña que advertía que AMLO “era un peligro para México” siguen sin pagar por esa propaganda, es porque aún no puede cobrarse la afrenta sin generar una crisis económica, o sin poner en riesgo la correlación de fuerzas.Pero que nadie se confíe.El obradorismo vive de culpar al pasado de sus errores actuales, de explotar el mito de que le robaron una elección sin atender sus errores (leer “La victoria que no fue” de Óscar Camacho y Alejandro Almazán), de acomodar toda coyuntura actual a un desquite, más que legítimo necesario para una nueva narrativa.Qué quedará del INE y su papel de árbitro (no solo como ponemamparas), qué de debates equitativos, qué de un modelo de acceso equitativo a medios, qué incluso de las reformas que demandaron los obradoristas después del 2006…Para un morenista, el 2006 empezó cuando el PRI se hizo neoliberal, cuando el PAN sustituyó al tricolor y cuando ambos se fundieron en el desafuero a AMLO abusando de los poderes de la Presidencia… Así reescriben la historia: aquello fue malo porque lo hacían contra nosotros; si lo hacemos nosotros, no lo es.