Con justa razón, el beisbol mundial celebra la exaltación de Ichiro Suzuki al Salón de la Fama. El legendario pelotero japonés, símbolo de entrega, disciplina y excelencia deportiva, ha sido inmortalizado en Cooperstown, donde se honra a las más grandes figuras que han pisado un diamante. Ichiro no solo conquistó Japón, sino que rompió barreras culturales y deportivas en las Grandes Ligas, convirtiéndose en ídolo, emblema y embajador de un deporte que sigue teniendo en sus raíces el sabor internacional que le da sentido y riqueza.Ichiro es ahora parte del Olimpo beisbolero, y nadie puede objetarlo. Lo respaldan sus más de 3,000 hits en MLB, su promedio de bateo, su guante de oro, su ética de trabajo y su carácter ejemplar dentro y fuera del campo. Pero mientras los reflectores apuntan con justicia hacia el japonés, desde este lado del continente surge una pregunta que incomoda, pero que urge hacer: ¿Y Fernando Valenzuela, cuándo?Sí, el “Toro” Valenzuela. El sonorense que revolucionó el beisbol en la década de los 80. El lanzador zurdo que no solo dominó el montículo con su peculiar estilo, sino que se volvió un fenómeno social, político y cultural. La “Fernandomanía” no fue un capricho de los medios; fue una conmoción real que cruzó fronteras. Fernando no solo ganó, también unió comunidades, reivindicó orígenes, dio orgullo a millones de latinos que encontraron en él un espejo donde mirarse con dignidad.En 1981, Valenzuela ganó el premio Cy Young y el Novato del Año, hazaña inédita hasta entonces. Fue seis veces All-Star, lanzó un juego sin hit ni carrera, obtuvo una Serie Mundial con los Dodgers y durante años fue el alma del equipo angelino. Su legado no se mide solo en estadísticas, sino en todo lo que representó para el béisbol mexicano y latinoamericano.Y sin embargo, hasta hoy, Fernando sigue fuera del Salón de la Fama de las Grandes Ligas.¿Cómo explicar tal omisión? ¿Cómo entender que Cooperstown no haya abierto aún sus puertas al más influyente beisbolista mexicano de todos los tiempos? ¿Acaso no hay méritos suficientes, o es que los criterios del jurado están ciegos ante el impacto sociocultural de figuras como Valenzuela?No se trata de comparar carrera por carrera. Cada beisbolista es único en su historia, estilo y circunstancias. Pero sí se puede y se debe exigir coherencia en el reconocimiento de aquellos que marcaron época. Si Ichiro fue revolucionario para Asia, Fernando lo fue para América Latina. Si Ichiro llevó el juego a otro nivel de internacionalización, Fernando fue pionero en abrir las puertas del diamante estadounidense a miles de jóvenes latinos que hoy siguen su camino.El argumento de que los números de Valenzuela no son “suficientes” según algunos puristas, se cae cuando se toma en cuenta la dimensión integral de su aporte al deporte. El Salón de la Fama debería ser un recinto donde se honre no solo la excelencia estadística, sino el impacto humano, social y cultural que un jugador deja en la historia. Fernando cambió el beisbol. Hizo que millones de personas se enamoraran del juego. Y eso, por sí solo, merece respeto y reconocimiento.La exaltación de Ichiro es motivo de alegría. Pero también de reflexión. Japón celebra a su ídolo, y Cooperstown reconoce su grandeza. México, mientras tanto, sigue esperando justicia para su ícono. El tiempo pasa, y la deuda con Fernando Valenzuela se vuelve más visible, más urgente, más inadmisible.No se puede hablar de la historia completa del beisbol sin mencionar a Valenzuela. Y no se puede construir una historia verdaderamente incluyente mientras figuras como él permanezcan fuera del más alto recinto de honor del juego. La historia no puede estar incompleta por más tiempo.El Salón de la Fama debe corregir ese agravio. La afición mexicana lo pide, la comunidad latina lo exige, y el beisbol, si se respeta a sí mismo, debe atender esa deuda.Fernando Valenzuela no es solo un ex jugador. Es un símbolo. Es un antes y un después. Es una voz, una inspiración y un legado. No basta con que esté en el Salón de la Fama del Beisbol Mexicano o que los Dodgers hayan retirado su número 34. Falta el lugar donde deben estar los más grandes de todos los tiempos, sin excepciones, sin prejuicios, sin excusas.La pregunta es clara y resuena con fuerza:¿Y Fernando Valenzuela, cuándo?bambinazos61@gmail.com@salvadorcosio1