Nuestra larga tradición autoritaria, corporativista y caudillesca, aunada a una peculiar amnesia histórica, hacen que generaciones como la millennial —la mía— suela olvidar que en México existe una rica corriente de pensadores y políticos liberales. Me refiero a figuras como José María Luis Mora, Santos Degollado, Melchor Ocampo, Guillermo Prieto, Ignacio Ramírez o León Guzmán, padres de la tradición e institucionalidad liberales del México contemporáneo.En Jalisco, esta corriente tuvo no pocos miembros: de Valentín Gómez Farías y Prisciliano Sánchez a José María Vigil e Ignacio L. Vallarta. Entre ellos destaca Mariano Otero y Mestas (1817-1850): “el meteoro del liberalismo mexicano”, como lo llama Enrique Krauze.Otero es un exponente temprano de la tradición mexicana del político-intelectual. Reúne “dos aspectos —escribe el jurista Ignacio Burgoa— que no son tan fáciles de hermanar: el jurídico y el político, pero que en él, durante su fecunda actuación pública, se encuentran perfectamente conjugados”.Pero además de jurista y político destacado (fue dos veces diputado constituyente), Otero fue un agudo estudioso de la vida social y económica de México. Su célebre Ensayo sobre el verdadero estado de la cuestión social y política que se agita en la república mexicana (1842) es descrito por el filósofo panameño Ricaurte Soler como “el más importante estudio sociológico publicado en Hispanoamérica en la primera mitad del siglo XIX”. El economista Jesús Silva Herzog incluso asegura que Otero “se adelantó sin saberlo a la concepción materialista de la historia de Marx y Engels (…) Si hubiera escrito en Londres o en París en la lengua de Inglaterra o de Francia, tal vez su nombre hubiera alcanzado hace tiempo fama universal”.El primer sociólogo de México fue un hombre de acción audaz y un pensador complejo. No despreciaba las ideas de sus adversarios conservadores: valoraba la centralidad de la tradición y las costumbres; crítico de los privilegios de la Iglesia, reconocía, sin embargo, la importante función social y moral que la religión desempeña en la vida cívica y comunitaria del hombre. Su compleja mezcla de lecturas (Montesquieu, Rousseau, Burke, Bentham, Stäel, Constant y Tocqueville, entre otros), así como su formación humanística —sabía griego y latín—, volvieron al jalisciense no un liberal extremo o “puro” sino, como él mismo decía, un “liberal moderado”.Con su actividad periodística en El Siglo Diez y Nueve y El Republicano, así como su denuncia de la miseria de las clases desposeídas, Otero fue, ante todo, un hombre moderno: un creyente en la acción humana y la fuerza de la razón. Por ello, su lema predilecto no fue “conocer por conocer” sino “conocer para transformar”.En su Ensayo, de 1842, Otero subraya el papel de la propiedad privada en la determinación del régimen político y la estratificación social en grupos contrapuestos.“La parte más considerable de la población presenta el triste aspecto de una reunión de hombres que no siente más que las primeras necesidades físicas de la vida, que no conocen más organización que la de los campos en que están distribuidos, y para los que no existe absolutamente ninguna de las necesidades sociales que hacen desear el goce de las nobles facultades del hombre. Entran también en ese conjunto algunos pueblos de indios que han conservado su carácter nacional y que están reducidos al mismo estado de degradación”.El filósofo político José Fernández Santillán explica con agudeza la modernidad y madurez intelectual de Otero: “En contraste con diversos pensadores y políticos mexicanos de su tiempo, todavía permeados por el pensamiento eclesiástico o por escritores premodernos, Otero pertenece por entero al bando de quienes se identifican con los ideales de la modernidad. Esto es, con su reivindicación de los derechos del hombre, el aprecio por la superioridad de la norma jurídica y la convicción de que para salir del atraso y el oscurantismo hay que constituir un Estado fuerte, mas no autoritario”.La salida al atraso y la desigualdad no yace, pues, en extinguir el Estado o radicalizar los conflictos sociales. Yace en “[e]l establecimiento de un orden social equitativo y justo, en el que la libertad sustituya un día completamente a la servidumbre, la igualdad a los privilegios, y la voluntad nacional a la fuerza bruta” (Ensayo). Otero creía que ese orden pasa, primero, por contrarrestar el autoritarismo y la arbitrariedad del poder del Estado.