Viernes, 19 de Abril 2024

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Viendo pasar cadáveres

Por: Rosa Montero

Viendo pasar cadáveres

Viendo pasar cadáveres

En efecto, hemos salido supuestamente de la crisis, el dinero corre, los restaurantes están de nuevo a reventar y la alegría impera. Pero ¿a qué coste?

El reciente aniversario de la caída de Lehman Brothers, que fue el chupinazo de la crisis económica, me ha dejado rumiando pensamientos oscuros. En primer lugar, por el simple vértigo del tiempo: pero cómo, ¿ya ha pasado una década? Recuerdo el miedo y el desconsuelo de los primeros momentos, cuando la Gran Recesión nos iba devorando a dentelladas, cuando el desempleo se disparaba, los negocios del barrio iban cerrando uno tras otro y los desahucios eran un drama continuo. Y recuerdo también que los expertos auguraban que tardaríamos de seis a ocho años en salir y que no levantaríamos cabeza hasta 2016. Qué lejos me parecía entonces 2016. Y qué penoso el camino. Pero ya hemos rebasado esa fecha, ya forma parte de un pasado que se aleja rápidamente a nuestras espaldas. El tiempo es un río atronador y tumultuoso que todo lo arrastra.

Y en este caso, además, es un río especialmente turbio, lleno de detritus y de lodo y en el que flotan cadáveres hinchados. Porque sí, en efecto, hemos salido supuestamente de la crisis, el dinero corre, los restaurantes están de nuevo a reventar y la alegría impera. Pero ¿a qué coste? España es el segundo país entre los 34 de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) con más personas en edad de trabajar en riesgo de pobreza: un 15.9%. Sólo nos supera Grecia y por muy poco: un 16%. Según una encuesta del Instituto Nacional de Estadística, uno de cada cinco españoles (21.6%) gana menos de ocho mil 500 euros anuales y está en el filo de la miseria. Yo lo que sé es que, en lo más álgido de la crisis, conocí muchos hogares en los que se vivía en condiciones extremas, sin empleo y ya sin paro, sufriendo cortes de gas, de luz o de agua por no poder pagar las facturas. Pues bien, hoy sé de muchas personas con una situación igual de penosa, pero teniendo trabajo. Es decir, ocupan infraempleos con los que ganan quizá 400 o como mucho 600 euros al mes, un salario de explotación que no evita que les sigan cortando la luz. ¿Se acuerdan de cuando los mileuristas se quejaban? Hoy parece un sueldo principesco. A veces me asalta la loca y envenenada sospecha de que esta crisis, la mayor de los últimos 80 años, puede haber sido una herramienta del capital para abaratar los costes laborales y aumentar las ganancias. Desde luego les ha servido para eso: el 1% de la población mundial detenta hoy el 46% de la riqueza, 10 puntos más que en 2010. En concreto en España, los salarios del 10% de empleados que menos cobran han bajado sustancialmente, mientras que el 10% de los salarios más altos han subido aún más (datos de un interesante reportaje de Nuño Rodrigo Palacios en Cinco Días/EL PAÍS). Por no hablar del temor a que la recesión pueda repetirse en cualquier momento. Sí, al parecer los bancos están algo más controlados, pero los mismos canallas que nos hundieron continúan ocupando las mismas poltronas, desde las que siguen mandando y enriqueciéndose. La crisis nos ha dejado una sensación de abuso y de impunidad.

Y esto es lo peor, esto es lo más grave. ¿Qué ha sucedido en estos 10 años desde la caída de Lehman Brothers? El auge de las demagogias ultraderechistas, de los neofascismos y neonazismos, el creciente incendio antidemocrático. Verán, el partido de Hitler se presentó por primera vez a las elecciones en Alemania en mayo de 1924 y sacó un 6.5% de los votos. A partir de ahí no hizo más que bajar en los sucesivos comicios, hasta llegar a un exiguo 2.6% en las legislativas de 1928. Sin embargo, en las elecciones de septiembre de 1930, los nazis obtuvieron un alucinante 18.3% de los votos y se convirtieron en el segundo partido del país. ¿Qué había ocurrido entre ambas votaciones? La crisis de 1929, el crash, la Gran Depresión, una inflación brutal que arrasó Alemania y que les obligó a pagar los salarios todos los días a media jornada, para poder comprar comida antes de que la moneda se devaluase (lo cuenta maravillosamente Solmssen en su novela Una princesa en Berlín). Ocurrió, en fin, que la sociedad se sintió estafada. La historia nos avisa, pero no escuchamos. Ya digo que el río de este tiempo arrastra cadáveres.2 a

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