Jueves, 25 de Abril 2024

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Una madura y otra verde

Por: José M. Murià

Una madura y otra verde

Una madura y otra verde

La vida es así: esta semana me trajo la alegría de que mi querido amigo Esteban Garaiz, compañero desde muy remotos tiempos de El Colegio de México, cuya impecable trayectoria política, regida por una firme conciencia en verdad republicana proclive a una vida austera y muy honorable, recibió uno de los premios Jalisco que se repartieron este año.

Debemos decir que esta decisión honra al jurado, aunque no es por algunas de las otras que tomaron. Bien puede decirse que las hubo de cal, como la de Jorge Esquinca, pero también algunos otros que representan arena de pésima calidad.

Volviendo al caso de Garaiz, conviene felicitar también al jurado por no haber caído en la ramplonería de otros años que solamente aceptaban jaliscienses. Recuérdese el lamentable caso de Fernando del Paso que, después de vivir en Guadalajara durante tres décadas y pocos meses antes de recibir el más suculento premio que ofrece la lengua española, fue desechado para el Premio Jalisco poco antes de morir “por no ser jalisciense” y en su lugar se le concedió el Premio Jalisco de letras a una tal señora González, cuya trascendencia no llegaba ni a Tlaquepaque y su calidad como escritora no sobrepasaba a la de un bachiller.

Esteban es un hombre de una gran integridad y sumamente benéfico para nuestra vida en común, a pesar de que haya sido siempre menospreciado por los sapientísimos cónclaves universitarios. La noticia de su reconocimiento me llenó de gozo.

Lo malo fue que la buena nueva se acompañó con la del fallecimiento de Alberto Escobar Zúñiga, en quien se conjugó el talento musical y poético con la discreción y la seriedad. Más que hablar, por archisabida, de la grandeza de algunos de sus productos musicales, quiero rendir tributo a su calidad ciudadana y subrayar que el “respeto al derecho ajeno” fue para él una norma incuestionable de vida…

Dicho sea de paso, vale destacar la elegancia con que sobrellevó su enfermedad durante casi un sexenio, con gran estoicismo y sin perder la compostura. Alberto fue también un amigo muy apreciable y cercano.

Supongo que Guadalajara no le negará un reconocimiento a la altura de sus méritos, máxime que gente de tal calidad no abunda en esta sociedad tan metalizada. Hay luto en muchos corazones tapatíos y de muchas otras partes de México.

Si tuviéramos un panteón bien depurado con jaliscienses ilustres no dudaría en proponer el ingreso de Escobar, pero resulta que nuestra rotonda está poblada de varios muy poco recomendables. Tal vez sería oportuno llevarnos a los buenos a otra parte y crear un vecindario de próceres en verdad meritorios.

Como quiera que sea, la memoria de Escobar habrá de permanecer mucho tiempo.
 

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