Miércoles, 24 de Abril 2024

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Un buen viernes

(También hay días en que da gusto vivir en Guadalajara.)
 

Por: María Palomar

Un buen viernes

Un buen viernes

12:00. En el Paraninfo se conmemoraron los 225 años de la fundación de la Universidad, cuyo más importante patrono fue el Obispo de Guadalajara fray Antonio Alcalde, quien murió poco antes que fuera inaugurada el 3 de noviembre de 1792. Fue una ceremonia digna, austera, inteligentemente organizada; las autoridades universitarias hicieron las cosas como se debe. Se develó el retrato del Obispo que pasará a formar parte de la pinacoteca de la Rectoría, obra del maestro Monroy, quien también evoca ahí la primitiva sede universitaria, el Hospital Civil y la imprenta, tres innovaciones debidas a Alcalde. Siguió un pánel en que los participantes, presentados por la historiadora Lilia Oliver, fueron el Rector de la Universidad y el Arzobispo de Guadalajara, con sendos discursos bien escritos y bien leídos. El Rector Bravo Padilla hizo un repaso de la historia de la institución, mientras que el Cardenal Robles Ortega abordó la figura y la obra de fray Antonio. Dijo: “que la Universidad de Guadalajara a comienzos del siglo XXI reconozca su linaje, tronco, raíces y savia en la Real Universidad de Guadalajara de las postrimerías del siglo XVIII es sin duda un acto aritméticamente positivo: sumar y multiplicar, luego de una etapa larga en la que tuvieron lugar restar y dividir. Todo tiene su tiempo y sazón”.  

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19:30. En el Museo Taller José Clemente Orozco platicaron sobre periodismo y literatura Leonardo Padura y Diego Petersen, en un acto que hay que agradecer a los editores de Planeta. Por la mañana, el cubano había estado con los estudiantes de la Universidad. Algo de bueno tiene ese incesante circo de promoción al que las casas editoriales someten a sus autores, como señaló (con mucho mayor sutileza) el novelista, cuando permite que los lectores jóvenes se acerquen a ellos. Resulta fácil creer que cerca de Padura, en su barrio de Mantilla, vive el policía Mario Conde. Un policía que, según su creador, sería inverosímil en la vida real, pero es totalmente creíble en el mundo novelesco. Además de reflexionar sobre la novela policiaca como una forma de explorar y describir panoramas más amplios (“¿quién entendería la crisis griega sin leer a Márkaris?”, preguntó), habló de ese extraordinario libro anfibio que es El hombre que amaba a los perros, cruza de historia y novela, pero fiel a ambas cosas. Se definió también como un escritor de su ciudad; La Habana es siempre, más que el escenario, casi un personaje de sus libros. Y precisamente es en la composición de sus personajes donde Padura es más brillante, más consistente y refinado. Como en las novelas de Jorge Amado, ahí no hay simples figurantes ni siluetas de cartón piedra; cuantos desfilan por sus páginas son de carne y hueso; a veces aterradores (como Caridad Mercader), pero afortunadamente suelen ser, como su autor, afables y entrañables cuando recuerdan su infancia, al reírse de sí mismos, al evocar épicos partidos de beisbol o al desplegar ese ingenio tan cubano para sobrevivir contra todo y pese a todo.
 

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