Las tormentas infunden al mismo tiempo temor y esperanza, con sus vientos provocan miedo y al mismo tiempo propician silenciosas ilusiones de renovación. Combinan esos espacios suspendidos en el tiempo, seguidos de estruendos que conducen a la ilusión de la calma final que junto a los estragos deje ver la ruta de la esperanza para comenzar un nuevo ciclo.Vivimos tiempos de tormentas cuando la violencia se ha convertido en normalidad, con algunos engañosos espacios de tranquilidad en donde muchos hacen como si no pasara nada, pero aunque se niegue, sabemos que la tempestad está en marcha. Ante sus vendavales en muchos brota el instinto por conservarse y al mismo tiempo el impulso fragoroso de vivir al límite, como si se tratara del último día, quizá con el presagio oculto que pueda caer el rayo que termine con todo en un instante luminoso.En nuestro país la violencia generalizada se ha convertido en parte de una vida cotidiana en una la tormenta que no parece tener fin. La capacidad de asombro se ha perturbado ante la brutalidad de hechos que dejan claro que las fuerzas malignas están desatadas provocando la misma sensación de indefensión que se percibe cuando la tormenta sacude una embarcación que ha perdido el rumbo. Es tiempo extraordinario que requiere mayor compromiso con el destino común. En esa discusión estábamos cuando nos sorprendió una tormenta aun mayor, la pandemia que cegará aun más vidas sacudiendo familias y comunidades. El desasosiego es aun mayor porque una tormenta sobre otra que no deja ver ni cuál es más mortífera, ni cual cederá primero. Hemos visto cómo se intenta atravesar por las olas violentas dando tumbos en las decisiones públicas para paliar los efectos de las ráfagas de viento, virus y plomo. Y al final nos aferramos con optimismo porque tenemos la esperanza que luego de las tormentas venga la calma con signos de paz y prosperidad. Esa sensación de conquistar el futuro supone en muchas formas sepultar el pasado. Pero cuidado con pensar que se pueden enterrar las injusticias de antes sin crear una verdadera paz con justicia en el presente. Las sacudidas que vivimos son signos de cambios globales que nos impactarán directamente y que exigen dar pasos certeros para que una vez que amaine la tormenta del Covid-19 tengamos soluciones sólidas para el huracán de la delincuencia que se ha hecho con el control de muchos aspectos de la vida cotidiana. Vendrán las tentaciones que propongan que en nombre del progreso se use más violencia para azotar a quienes desafían a las autoridades públicas. Se dirá que ese progreso exige arrasar todo como una suerte de poda renovadora del follaje para propiciar una nueva primavera. En nombre de ese progreso se han cometido las más grandes barbaridades de la modernidad. Los nacionalismos, el imperio del dinero y la lucha sin escrúpulos por el dominio de los demás han desatado las tormentas sociales y las guerras mas sangrientas. Ante el riesgo de los extremismos es deber de los moderados llamar a la calma para respaldar la navegación en la tempestad. Más allá de las naturales diferencias en las formas de pensar está la sobre vivencia de las instituciones que respeten los principios de libertad e igualdad. Al final debemos salir de la tormenta de la pandemia con muchas lecciones aprendidas de la experiencia propia y de otras naciones, y saldremos de la tormenta de la insurrección de la delincuencia con mejores instituciones democráticas regidas por el derecho. Porque, como decía Walter Benjamin, la violencia sólo puede ser buscada en el reino de los medios y no de los fines. Muchos usan la violencia como instrumento vicioso para lograr sus fines, el punto está en castigar y sustituir a quienes tuercen los fines: los valores de la justicia, por la impunidad, los de la equidad por el despojo, los de la solidaridad por la simulación y el engaño por el afán de poder. Y aunque aún vemos los relámpagos, la tarea vital es pensar en la calma que llegará después de las tormentas para construir la paz en la justicia. Eso exige de la generosidad de actuar con visión de futuro en defensa del futuro de todos, más allá de las diferencias que se exacerban entre ráfagas y bochornos.