Sábado, 01 de Junio 2024
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Sufragio efectivo y las balas también

Por: Augusto Chacón

Sufragio efectivo y las balas también

Sufragio efectivo y las balas también

¿De qué hablamos cuando hablamos de elecciones? Quizá sólo de partidos y candidatos, meros satélites del planeta masivo que es la vida cotidiana. Luce como que este dúo de la política nos exige, cada tres años, lo que Coleridge pedía para leer poesía: practicar una momentánea suspensión de la incredulidad. ¿Habrá una manera otra de evaluar este proceso, uno de los más altos de la democracia? Una que no implique desentendernos del miedo habitual, de la desconfianza, de la batalla diaria con los servicios públicos, de las dificultades económicas.

La manera podría ser que lo público y lo político estén en las charlas cotidianas (lo que conlleva fingir que no importan los años de cárcel que cada candidato afirma merecen sus adversarios). Dialogar con el fin de rescatar, para la República, para Jalisco, para la mejor convivencia, nuestra condición de ciudadanos, de ciudadanas, y hacerlo no para que el curso de la contienda electoral sea menos arduo, sino para no olvidar el verdadero centro de los afanes por ser una democracia: la calidad de vida de las personas en un territorio específico. Así, tal vez podamos ampliar la respuesta a la pregunta ¿de qué hablamos cuando hablamos de elecciones? De justicia, de derechos, de igualdad.

De la séptima encuesta de Jalisco Cómo Vamos (JCV), correspondiente a 2020, se desprende que a 27% de las y los tapatíos le interesan “nada” los asuntos públicos y la política; apenas 5% dijo participar en una junta vecinal, 4% en una organización educativa, 3% en alguna asistencial o de la sociedad civil, 2% en algún partido o asociación política. El trajinar de los políticos -acentuadamente durante las campañas electorales- ha quitado a la gente las ganas de enterarse de las cosas públicas y, en consecuencia, participa muy poco en las materias comunes. Además, cuando creímos haberlo visto todo, cuando sentimos haber tocado fondo, brota, descarado y atemorizante, un hecho de violencia, uno más, que apunta a un horizonte que se torna más negro. No haremos énfasis en las obviedades: el coraje, la indignación, el terror por los hechos de sangre que un día sí y al siguiente, cómo no, parecen ser la norma; en cambio, cuestionemos: ¿qué no vimos? ¿Qué no hicimos hace tres, hace seis, hace nueve años? Lo que sea que omitimos se volvió en nuestra contra. ¿Estaremos a tiempo de plantear lo que en materia de seguridad toca emprender? O será que nos aguarda, en 2024, un cierre de administraciones municipales y el fin de la Legislatura LXIII como los ya conocidos: trámites nomás de índole legal; y a enfrascarnos en otro proceso electoral, en las mismas condiciones, raudos cuesta abajo en el tobogán en el que nos montamos y nos montaron hace tanto.

Del primer Reporte Trimestral de Incidencia Delictiva de 2021, presentado por el Observatorio Nacional Ciudadano y JCV, en los primeros tres meses murieron en el estado, por la intervención intencional de uno o más asesinos, 433 personas, 4.8 al día, 75% de ellas en el área metropolitana de Guadalajara; en el mismo lapso quedaron registrados trece feminicidios y la cuenta oficial de desaparecidos sobrepasa los doce mil, y podemos complementarla con el dato que JCV obtuvo en sus estudio de 2020: 9% de la muestra respondió que tiene algún familiar en esa condición (la primera vez que se preguntó, en 2016, 2% contestó lo mismo).

Lo anterior es una tragedia multitudinaria constante, incremental, que tiene caudales tributarios; algunos tenaces, la economía medida en los bolsillos de la mayoría, la atención a la salud, las desigualdades ampliándose, y otros de ocasión, como la sequía.

Si concordamos en que la responsabilidad de las circunstancias teñidas de crisis y de rojo líquido recae en gran medida en los gobernantes (es larga la hilera de señalados) y en las instituciones, con las federales por delante (según la regla: nómina mayor mata nómina menor), el dilema es: plantarnos en la estéril (no ha dado resultados) repartición de culpas o concentrarnos en lo que hemos de acometer para fugarnos de este cuasi estado de guerra.

Sostener que reestablecer el dialogo para edificar ciudadanía es básico, pero… ¿en verdad es lo que está en el fundamento? ¿Basta el acto de decir y escuchar ante otras y otros que, en su turno, harán los mismo? ¿Es suficiente el deseo de tener buenos ciudadanos? No. Lo realmente básico es previo: el código que usemos para dialogar y el sentido que demos a la noción “buen ciudadano” implícito en ciudadanía. Es engañoso suponer que el conjunto de símbolos que permite la comunicación está sobreentendido, desde el mal que nos atosiga y agrede hay quienes están imponiendo, con fortuna, un código otro, inútil para dialogar aunque pase mensajes de violencia, de muerte, no obstante, impelidos por la impunidad, nos hacemos cargo de sus alcances: nos gravan con la idea de que lo ciudadano ahora significa individuos, mujeres y hombres, atrincherados en el miedo y pertrechados de un yo y los míos que nos deja inermes como sociedad.

En Jilotlán de los Dolores el crimen organizado se impone, a pesar de que ciertos componentes del código del que nos valemos para entender y  entendernos anuncien lo opuesto; según los datos del reporte ya citado de incidencia delictiva, en aquel municipio de Jalisco, de enero a marzo de 2020 y en el mismo lapso de 2021, los siguientes delitos fueron cero en carpetas de investigación: homicidio doloso y culposo, feminicidio, narcomenudeo, secuestro, extorsión, robo sin violencia, a negocio, a transeúnte, a casa habitación, de vehículos y trata de personas. Cero. Según la estadística: el paraíso está en ese pueblo montañoso, atenidos a las notas que el proceso electoral ha visibilizado, aquello es vecindario del infierno. ¿De qué hablamos cuando hablamos de elecciones? ¿De lo profundo más allá de las carpetas de investigación y sus gráficas, es decir, de la gente con sus tribulaciones reales y de las causas de éstas? Aún no.
 

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