Jueves, 28 de Marzo 2024

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Sobre la violencia

Por: Luis Ernesto Salomón

Sobre la violencia

Sobre la violencia

A partir de la década de 1980 los grupos criminales que operaban en México cambiaron sus formas de operar: pasaron de ser traficantes, contrabandistas y asaltantes a conformar organizaciones capaces de fomentar el consumo de drogas en muchas ciudades de México y corrompieron estructuras policiales para conseguir controlar el territorio en donde comerciaban. Pasaron de controlar solamente rutas a hacerse del control del comercio ilegal al menudeo en las ciudades. Pronto se dieron cuenta de la importancia del aparato judicial y comenzaron a articularse a grupos que controlaban la persecución de los delitos y los jueces en materia criminal.

Al mismo tiempo en nuestro país se vivió un proceso de descentralización del poder político que llevó a gobernadores y alcaldes a detentar más facultades y recursos. Los grupos criminales aprovecharon la ocasión para articularse a grupos políticos locales en regiones y municipios que resultaban estratégicos para sus actividades de fomento al tráfico y aliento del consumo.

Las grandes organizaciones comenzaron entonces a disputarse los territorios, las redes de influencia y poder provocando una ola de violencia que ha llegado a niveles aterradores. La disputa no se limita, como muchos argumentan, a una lucha entre “ellos” sino que plantea un desafío frontal a las autoridades de seguridad y justicia en primera línea y a las políticas en general. La violencia se ejerce contra aquellos que impiden, combaten o molestan la actividad de los grupos delictivos y por supuesto, contra las organizaciones criminales rivales. Son víctimas policías, funcionarios, jueces, militares, activistas, periodistas, sicarios y operadores que entran en la disputa por el control del territorio. Pero sobre todo miles y miles de personas inocentes que son reclutados como informantes, correos o consumidores inducidos de drogas que han sido simplemente desaparecidos.

Ante ese panorama es claro que la estrategia de combate indiscriminado fracasó y que se planteó una de contención y control de la delincuencia, que cada vez está más dispersa geográficamente. Se requería una estrategia consistente de inteligencia que siguiera la ruta del dinero y las armas, capaz de tener flexibilidad suficiente para operar eficazmente en todo el territorio articulándose con la sociedad civil para identificar y capturar a los operadores reales en el territorio. Pero nuestro país, en general, no fue capaz de crear las estructuras policiales y judiciales sólidas en el tiempo necesario y la confianza se deterioró a medida que crecía el miedo en muchas regiones.

Así llegamos a un punto en donde había que hacer frente a un monstruo de mil cabezas a partir de concentrar las fuerzas y operar asertivamente en las grandes ciudades y regiones estratégicas, lo que trajo resultados apreciables en muchos lugares pero al mismo tiempo dejó otros a merced de grupos que fortalecieron su presencia delictiva y operación económica.

Si bien estos grupos no han llegado representar un fenómeno de insurgencia que busque el poder político frontalmente, en los hechos se ha convertido en una amenaza real a las instituciones que opera desde dentro. 

En tres décadas, la violencia se ha convertido en un hecho cotidiano que hay que reconocer como una realidad lacerante para enfrentarlo con acciones eficaces. De nada sirve negar la realidad o pretender ocultarla cuando todos sabemos que la única solución a este enorme desafío vendrá cuando exista una acción articulada de todas las autoridades competentes. De la coordinación, de la capacitación, el adiestramiento, la paciencia y la confianza de las organizaciones de la sociedad y de las personas. Las disputas, las descalificaciones y la falta de recursos para estas tareas, solo benefician a los delincuentes. El punto de inflexión vendrá cuando se reconozca la gravedad de la situación y se actúe más allá de las coyunturas políticas. El país, es decir, la vida de todos, el futuro compartido está en juego.

Ante los ataques a los periodistas, los feminicidios, las desapariciones, los desplazamientos forzados, el tráfico de personas, y las extorsiones debemos tener presente que los ataques a cualquiera persona son igualmente indignantes, porque cada vida tiene el máximo valor. Cada herida nos lastima a todos y cada voz acallada nos hace menos libres. 

luisernestosalomon@gmail.com
 

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