Viernes, 19 de Abril 2024

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Sobre la muerte de Adolfo Lagos

Por: Salvador Camarena

Sobre la muerte de Adolfo Lagos

Sobre la muerte de Adolfo Lagos

Antes que nada y por sobre todas las cosas Adolfo Lagos Espinosa es una víctima de la violencia en México. Eso es decir mucho. O debería serlo. Una víctima es única, es una familia rota, una tragedia universal para los suyos. 

Aunque es igualmente cierto que Adolfo Lagos Espinosa es apenas una de muchas víctimas este año. Porque si a octubre iban 20,878 homicidios, entonces el promedio diario supera las 68 muertes violentas. Pero, insisto, no porque sean muchas, demasiadas, Adolfo Lagos Espinosa es menos víctima. 

Para nadie, y menos que nadie para su familia y amigos, resulta un consuelo que en el caso de Adolfo Lagos Espinosa la sociedad se haya conmovido ante lo absurdo de su muerte, que hayamos sabido que tenía un buen trabajo, y que tengamos la esperanza (solo eso, esperanza) de que su expediente no se perderá como ocurre con muchas de las carpetas que sobre homicidios se abren en los ministerios públicos.

Ante esta muerte de “alto impacto” sería tonto quedarse con una explicación que no por probable o verdadera deja de ser simplista: esa explicación que dice que a Adolfo Lagos Espinosa lo mató la imprudencia de una de las personas que estaba encargado de cuidarle. Eso es muy parcialmente cierto. 

Porque a Adolfo Lagos Espinosa, víctima de la violencia, lo mató la noción, no suya sino colectiva, no nueva sino añeja, de que algunos —los menos— podremos salvarnos mientras el país se hunde.

Vivimos en una gigantesca ruleta rusa. La pistola está cargada y dispara demasiadas veces al día en cualquier rincón de la República.

Las autoridades no se dan abasto a levantar los casquillos de tanto disparo. Hay morgues desbordadas y fosas clandestinas llenas de muertos no tan antiguos y otros en los puros huesos. 

Ante eso, evidencia cotidiana e incontestable de un no débil, sino raquítico entramado institucional para prevenir y perseguir actos delincuenciales, anteponemos una solución hechiza: dependiendo del bolsillo, contratamos alarmas y cámaras, pagamos un seguro más amplio, algunos optan por el blindaje para vehículos, una chapa de seguridad “inviolable”, nos encerramos detrás de rejas, bardas, plumas, y detrás de la espalda de escoltas, muchos escoltas. 

Las cifras no dejan lugar a dudas. La industria de este extravío luce boyante. Las empresas de seguridad crecieron en el sexenio 180% y hasta 2016 cifraban en 28 mil millones de pesos el tamaño de su negocio (El Financiero https://goo.gl/yE32uC). 

Buscamos soluciones privadas en lugar de embarcarnos, en lo individual y en lo colectivo, en el largo y demandante esfuerzo social que significa no dejar solo en manos de los políticos el tema de la seguridad pública. 

Sobran los diagnósticos del desastre en las policías de todos los niveles, pero no les hacemos caso ni ponemos manos a la obra. 
Cedimos al chantaje de los priistas que en 2013 lograron que el tema de la violencia fuera alejado de los reflectores y las primeras planas. Ellos sabían cómo hacerlo. Qué irresponsables fuimos.

Quisimos creer que mientras el Gobierno “se hacía cargo” nosotros podríamos salvarnos solos. Porque se mataban “entre ellos”, porque a quien anda en buenos pasos no le pasa nada, porque para qué traes una bici cara, porque a quién se le ocurre ir al Edomex, porque en vez de defender las calles y el país entero nos hemos resignado a perderlo de a poco a poco. 

Adolfo Lagos Espinosa junto con decenas más son los muertos del domingo. Los muertos de una sociedad que no se cansa de engañarse con que el problema terminará si gasto en cuidarme. Si hago como que el problema de todos no es mío.

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