Viernes, 26 de Abril 2024

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Ser parte del estigma “Chapo”

Por: Diego Petersen

Ser parte del estigma “Chapo”

Ser parte del estigma “Chapo”

Me había tocado verlo en otros, sobre todo en los colombianos, asediados en las aduanas, olfateados por los perros, estigmatizados en todo el mundo como un pueblo de narcotraficantes, aunque la población dedicada al tráfico de drogas y a la violencia asociada a este delito sea un porcentaje ínfimo de los habitantes del país, igual que en México.

Hoy ser mexicano está asociado en el mundo a dos cosas: el narcotráfico y la violencia. Nunca me había sucedido que al llegar a un restaurante o a un café e identificarte como mexicano de inmediato surgiera la asociación con la violencia, y más aún al presentarme como originario de Guadalajara brincara de inmediato la vinculación con “El Chapo”. No con agresividad, diría que incluso con simpatía, como una forma de lo que en México llamaríamos “carrilla”, asumían de “la peligrosidad” de tener un tapatío sentado en el café o en el restaurante callejero. “Puedo poner música -preguntó el mesero- no quiero que el mexicano se enoje y nos mate a todos”. “Atiende bien al “Chapo” -le dijo el dueño del asadero de pescado en las calles de Palermo al mesero señalando mi mesa- tu vida va de por medio”.

Lo que más ha contribuido a la generación de la imagen del México violento no son los medios de comunicación tradicionales y las desgraciadamente muy frecuentes malas noticias, sino Netflix

Hay una parte de la imagen de México y Guadalajara que es absolutamente objetiva: un país violento termina desarrollando la imagen de violencia. No hay remedio: tras más de una década de incremento y noticias sobre asesinatos, desaparecidos, cuerpos incinerados o diluidos en ácido difícilmente la imagen puede ser otra. La noticia de los estudiantes del CAAV y el tráiler convertido en morgue ambulatoria le dieron la vuelta al mundo y marcaron a la ciudad.

Pero lo que más ha contribuido a la generación de la imagen del México violento no son los medios de comunicación tradicionales y las desgraciadamente muy frecuentes malas noticias, sino Netflix: las series sobre narcos terminaron por imponer una visión violenta del México actual y una fascinación por los criminales. Por más que intenten cierta objetividad, las series terminan por endiosar a los criminales: su valentía, su astucia, pero sobre todo su forma de enfrentar al poder y a las instituciones termina endiosando y justificando la actividad criminal.

A nadie nos gusta ser parte del estigma, pero tristemente así se construye la imagen: ni todos los colombianos son narcos, ni los alemanes nazis, ni los gringos tontos como Chevy Chase, ni los salvadoreños Maras, ni los argentinos insoportables como Maradona, sin embargo, todos en mayor o menor medida reproducimos los clichés. Lo tapatíos seremos por un buen rato los hijos de “El Chapo”.

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