Jueves, 18 de Abril 2024

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Reaprender a vivir

Por: Eugenio Ruiz Orozco

Reaprender a vivir

Reaprender a vivir

Habitamos un mundo empequeñecido por el desarrollo tecnológico que nos permite establecer comunicación directa e inmediata con personas desconocidas, a miles de kilómetros y, aunque sea una contradicción, lo más próximo del mundo se aleja de nosotros cada vez más; las relaciones con quienes convivimos, a pesar de la cercanía, se aflojan, se distienden, entre otras razones, por el conveniente confinamiento. El cambio es la constante de la vida. Heráclito de Éfeso lo expresó en el siglo V a.C., sin embargo, la velocidad adquirida en las transiciones dificulta la comprensión de su profundidad y los efectos que en el corto y largo plazo viviremos. La “normalidad” se alteró. El mundo de hoy es diferente al de hace unos meses. Lo que ayer era ruido, bullicio, viajes y optimismo, se ha convertido, sobre todo para los mayores de sesenta años, en alejamiento, ausencia de los olores y sonidos de la calle, silencios en los que se pierden las palabras, desvanecimiento de las formas y las tonalidades con las que antes nos identificábamos, y eso está causando profundos daños en nuestra afectividad. Hasta hace muy poco, teníamos referencias geográficas, sonoras, incluso gustativas que nos vinculaban a un espacio que nos resultaba conocido; había un tejido social hilvanado entre todos: la familia, el barrio, el templo, la escuela, el mercado, la tiendita de la esquina, la tortillería, el cine, el club y el futbol eran puntos de encuentro en los que se iniciaba o se cultivaba la amistad y hacíamos comunidad.

Ante lo imprevisto de la pandemia y la ignorancia e incertidumbre de cuándo terminará, debemos adaptarnos a la realidad. Nada será igual en el futuro: hay que reaprender a vivir en otras circunstancias, debemos modificar nuestros hábitos personales, de trabajo y de convivencia.

Hasta hace muy poco, teníamos referencias geográficas, sonoras, incluso gustativas que nos vinculaban a un espacio que nos resultaba conocido.

Aquellas personas refractarias al cambio deben recordar que múltiples especies desaparecieron de la faz del planeta por su déficit de adaptación. Entendamos, no se trata de dejar de hacer aquello que disfrutamos: caminar por las calles, acudir a parques y jardines, la chorcha con los amigos, las reuniones familiares, asistir a misa o ir al estadio, lo adecuado es hacerlo de manera diferente. Hace unos días tuve la experiencia de participar en la tertulia del Instituto Ignacio Dávila Garibi utilizando el Zoom, invento impresionante, a través del cual rompemos la barrera del distanciamiento. Sin embargo, me quedé con una extraña sensación: fue como un tequila sin alcohol, un taco sin chile o una birria vegetariana. Se parece a la realidad, pero no es igual; no ves a los ojos a tu interlocutor, no escuchas su respiración, no lo “sientes”, es como hablar al vacío.

Quedé insatisfecho, algo me faltó. El secreto que debemos despejar es cómo lograr ese sentimiento de satisfacción en esta nueva realidad. Ese es el reto.

*Cuando escribí estos ejemplos no sabía que mi maestra de redacción, Daniela Silva, una joven de 23 añitos, no bebe alcohol, no le gusta el picante y es, además, vegetariana. ¡Ups! Le pido disculpas, pero lo escrito, escrito se queda.

eugeruo@hotmail.com

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