Martes, 07 de Mayo 2024
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Quemar las naves

Por: Gabriela Aguilar

Quemar las naves

Quemar las naves

En los últimos días de cada año no faltaba -como es tradición- sentir la incertidumbre de lo que nos esperaría el año que estaba por llegar. ¿A poco no? Que si el gobierno, la economía, la inseguridad, una larga lista de temores tejían la estructura mental que hacían perder el control, ¡tan solo pensar en perder el control ya era motivo de estrés y preocupación!… hasta que llegó el 2020.

Muerte, violencia, divorcios, desempleo, soledad, depresión, un sinfin de problemas causados o incrementados por una pandemia y la terrible sensación de pérdida. Y cómo no sería así, si en los últimos nueve meses, en México,  122 mil personas perdieron la vida por el Covid 19; la tasa de desempleo se estima superior al 11%; más de 185 mil carpetas de investigación por violencia familiar se registraron en lo que va del año y las estadísticas no paran.  

Hace unos días el jefe de Colegios de Psicología de España, Francisco Santolaya, definió en una sola palabra el principal impacto mental de la pandemia en la población: desesperanza.

Todos nos vimos forzados de una u otra forma a perder el control porque había -hay- algo ajeno y poderoso que ocasiona hasta lo más mínimo de lo que estamos viviendo, como la explicación de la Teoría del Caos, el Efecto Mariposa y el proverbio chino: “El aleteo de las alas de una mariposa se puede sentir al otro lado del mundo”.  

Llegó el descontrol que se instaló en nuestros días, mientras nosotros, ignorándolo, peleábamos por no dejar la zona de confort a la par de intentar minimizar el impacto de la presencia del Covid 19 en el mundo, en el país, en el entorno. Ilusos que fuimos.  

¿Qué hacíamos exactamente hace un año? ¿Cuáles eran nuestros temores? Era como estar en un parque de diversiones comparado con lo que ocurre exactamente ahora, ¿verdad? Nos cuesta aceptar que nada será igual a lo que vivíamos entonces. Cada mes nos sorprendía más que el anterior, nuestra capacidad de asombro en vilo y ¿a quién le reclamábamos?

Sí, “el maldito” 2020 afortunadamente se acabará, como si fuera un alivio pensar -otra vez ilusamente- que a partir del primer día del 2021 todo será distinto, mejor.  

Vamos, todos perdimos a alguien o algo. Aceptémosolo como valientes, porque lo somos; cada pérdida se debe atesorar en la memoria para reconocer esa capacidad de adptarnos al cambio que, hasta antes de la pandemia, nos provocaba terror y ¡aquí estamos! El tener salud para yo escribir y ustedes leer ¡es un triunfo que no tenemos que invalidar!  

Las heridas están recientes y aún no cicatrizan, y si con eso vivimos al día ¿qué más temor nos puede provocar un nuevo año? Al contrario, todo lo acumulado que sirva para quemar las naves -de hecho, la pandemia las quemó por nosotros- y salir victoriosos de la batalla al estilo histórico de Hernán Cortés “porque solo hay un camino de vuelta, en los barcos de nuestros enemigos”.

Si son los últimos esfuerzos, lo que se consiga, que sea definitivo: estar bien con uno mismo en un mejor año y sin miedo, abandonemos la expectativa de lo que debíamos ser. ¡Feliz 2021! (Expresarlo, me da esperanza) 

puntociego@mail.com
 

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