Sábado, 31 de Mayo 2025

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¡Qué tiempos de la primaria!

Por: Abel Campirano

¡Qué tiempos de la primaria!

¡Qué tiempos de la primaria!

Bajando por la calle Madero, que en ese entonces tenía circulación de poniente a oriente, rumbo a la Calzada Independencia, apenas llegaba a la esquina con la antigua calle Parroquia, hoy llamada Enrique González Martínez, caminando a la altura del Templo de Nuestra Señora del Pilar, ya escuchábamos el disco que ponían en el Colegio. Apurábamos el paso porque ya estaban en la formación.

La entrada era a las ocho de la mañana en punto. Mi mamá me llevaba en esos primeros años de primaria al Colegio y su rutina era regresarse por la misma calle Madero rumbo al poniente, para ir a misa de nueve de la mañana al Templo Expiatorio del Santísimo Sacramento (Madero y Escorza), que por aquel tiempo estaba aún en construcción; oficiaban la misa o el padre Guillermo o el padre Pérez, y de ahí se iba al Mercado Juárez, atrás del Templo de Nuestra Señora de los Ángeles, a hacer su mandado.

En ese tiempo, la casa de ustedes estaba en la Avenida Libertad, a dos cuadras de Tolsa hacia el poniente, en la Colonia Americana, así que le quedaba a mi mamá todo a la mano: casa, templo, mercado y escuela.

Bueno, pues en la formación, mientras escuchábamos aquellas inolvidables melodías interpretadas por las orquestas de André Kostelanetz, Billy Vaughn o Mantovani, los alumnos de cada grado de primaria nos íbamos formando por orden de grado, los de parvulitos primero y los de sexto hasta atrás; nos formábamos en cada fila por orden de estatura y siempre ocupábamos el mismo lugar, así que era muy ordenada la cosa.

Escuchábamos un campanazo... “¡El toque, el toque!” y el silencio invadía el patio central del Colegio; la música se acababa... La madre directora nos daba su salutación matutina, a la cual rigurosamente todos respondíamos con un “Buenos días, madre directora”.

Los que llegaban después del toque no podían incorporarse a la formación. Tenían que esperar a que avanzaran todos los salones para ir a presentarse a la Dirección para pasar el reporte correspondiente a la maestra y a sus papás. El orden y la disciplina, siempre presentes desde edades tempranas; la puntualidad era básica, por eso aún hoy se dice que la puntualidad es cortesía de los reyes.

La directora nos daba los consabidos avisos: que si la junta de padres de familia, que los festivales del Día del Maestro o de la Madre, que la visita a la Pepsi o a la Marinela, que el paseo al Deportivo Morelos, en fin... Y una vez concluidos los avisos, otro toque de campana y la directora decía enérgicamente: “¡Grupos, avancen!”, y todos en orden, parvulitos, primero, segundo, tercero... y los de sexto, que eran los mayores, avanzaban a su salón al último.

El patio quedaba vacío y, mientras avanzábamos, íbamos viendo a los que habían llegado tarde, todos taciturnos, esperaban turno con la madre directora para recibir su regaño, su castigo y su reporte. El castigo más usual era quedarse a hacer el aseo del patio o del salón, lo cual era obviamente motivo de la burla de los compañeros, pero bueno, en el pecado los impuntuales llevaban la penitencia.

Cada grupo ingresaba a su salón marchando al compás de la Marcha de Zacatecas, Lindas Mexicanas o alguna marcha militar o las clásicas marchas de Souza. Entrábamos como soldaditos al salón y permanecíamos de pie esperando a que ingresara nuestra profesora; incluso cuando estábamos en el salón y entraba un profesor, todos automáticamente nos poníamos de pie.

La profesora nos saludaba, nosotros contestábamos su saludo en coro y, dirigidos por la maestra, iniciábamos nuestras clases con aquella hermosa oración: “Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor...”.

Luego nos sentábamos en los pupitres o mesabancos, que eran de madera; había individuales y compartidos. Los útiles los guardábamos bajo la tapa, y esta tenía una ranura encima para poner el lápiz o la pluma; también tenían espacio bajo el asiento.

El salón tenía un pizarrón de hule al frente, a un lado el escritorio de la maestra, y al otro lado, en la pared, clavado un enorme juego de geometría: regla, dos escuadras, compás y transportador; y en sitio preferente un cuadro con motivo religioso, que cuando llegaba el inspector cedía su espacio a los cuadros de Benito Juárez y del presidente López Mateos; finalmente, era el cumplimiento con la educación laica del artículo tercero.

Después de la hora del recreo, regresábamos de nuevo con el mismo orden al salón y solo quedaba esperar el toque de salida. A los alumnos más disciplinados y aventajados les tocaba el honor de dar el toque de salida y les decíamos los campaneros.

Para salir del salón no se hacía fila; cada quien acomodaba su mochila, dejaba limpio su espacio y se dirigía a la puerta de la escuela, menos aquellos que habían llegado tarde a la hora del toque.

La hora de la salida de la escuela será relatada en otra página de mis recuerdos; por hoy, les agradezco su lectura y los invito a que nos encontremos de nuevo la semana próxima aquí en EL INFORMADOR, si Dios nos presta vida y licencia.

lcampirano@yahoo.com

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