Bajando por la calle Madero, que en ese entonces tenía circulación de poniente a oriente, rumbo a la Calzada Independencia, apenas llegaba a la esquina con la antigua calle Parroquia, hoy llamada Enrique González Martínez, caminando a la altura del Templo de Nuestra Señora del Pilar, ya escuchábamos el disco que ponían en el Colegio. Apurábamos el paso porque ya estaban en la formación.La entrada era a las ocho de la mañana en punto. Mi mamá me llevaba en esos primeros años de primaria al Colegio y su rutina era regresarse por la misma calle Madero rumbo al poniente, para ir a misa de nueve de la mañana al Templo Expiatorio del Santísimo Sacramento (Madero y Escorza), que por aquel tiempo estaba aún en construcción; oficiaban la misa o el padre Guillermo o el padre Pérez, y de ahí se iba al Mercado Juárez, atrás del Templo de Nuestra Señora de los Ángeles, a hacer su mandado.En ese tiempo, la casa de ustedes estaba en la Avenida Libertad, a dos cuadras de Tolsa hacia el poniente, en la Colonia Americana, así que le quedaba a mi mamá todo a la mano: casa, templo, mercado y escuela.Bueno, pues en la formación, mientras escuchábamos aquellas inolvidables melodías interpretadas por las orquestas de André Kostelanetz, Billy Vaughn o Mantovani, los alumnos de cada grado de primaria nos íbamos formando por orden de grado, los de parvulitos primero y los de sexto hasta atrás; nos formábamos en cada fila por orden de estatura y siempre ocupábamos el mismo lugar, así que era muy ordenada la cosa.Escuchábamos un campanazo... “¡El toque, el toque!” y el silencio invadía el patio central del Colegio; la música se acababa... La madre directora nos daba su salutación matutina, a la cual rigurosamente todos respondíamos con un “Buenos días, madre directora”.Los que llegaban después del toque no podían incorporarse a la formación. Tenían que esperar a que avanzaran todos los salones para ir a presentarse a la Dirección para pasar el reporte correspondiente a la maestra y a sus papás. El orden y la disciplina, siempre presentes desde edades tempranas; la puntualidad era básica, por eso aún hoy se dice que la puntualidad es cortesía de los reyes.La directora nos daba los consabidos avisos: que si la junta de padres de familia, que los festivales del Día del Maestro o de la Madre, que la visita a la Pepsi o a la Marinela, que el paseo al Deportivo Morelos, en fin... Y una vez concluidos los avisos, otro toque de campana y la directora decía enérgicamente: “¡Grupos, avancen!”, y todos en orden, parvulitos, primero, segundo, tercero... y los de sexto, que eran los mayores, avanzaban a su salón al último.El patio quedaba vacío y, mientras avanzábamos, íbamos viendo a los que habían llegado tarde, todos taciturnos, esperaban turno con la madre directora para recibir su regaño, su castigo y su reporte. El castigo más usual era quedarse a hacer el aseo del patio o del salón, lo cual era obviamente motivo de la burla de los compañeros, pero bueno, en el pecado los impuntuales llevaban la penitencia.Cada grupo ingresaba a su salón marchando al compás de la Marcha de Zacatecas, Lindas Mexicanas o alguna marcha militar o las clásicas marchas de Souza. Entrábamos como soldaditos al salón y permanecíamos de pie esperando a que ingresara nuestra profesora; incluso cuando estábamos en el salón y entraba un profesor, todos automáticamente nos poníamos de pie.La profesora nos saludaba, nosotros contestábamos su saludo en coro y, dirigidos por la maestra, iniciábamos nuestras clases con aquella hermosa oración: “Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor...”.Luego nos sentábamos en los pupitres o mesabancos, que eran de madera; había individuales y compartidos. Los útiles los guardábamos bajo la tapa, y esta tenía una ranura encima para poner el lápiz o la pluma; también tenían espacio bajo el asiento.El salón tenía un pizarrón de hule al frente, a un lado el escritorio de la maestra, y al otro lado, en la pared, clavado un enorme juego de geometría: regla, dos escuadras, compás y transportador; y en sitio preferente un cuadro con motivo religioso, que cuando llegaba el inspector cedía su espacio a los cuadros de Benito Juárez y del presidente López Mateos; finalmente, era el cumplimiento con la educación laica del artículo tercero.Después de la hora del recreo, regresábamos de nuevo con el mismo orden al salón y solo quedaba esperar el toque de salida. A los alumnos más disciplinados y aventajados les tocaba el honor de dar el toque de salida y les decíamos los campaneros.Para salir del salón no se hacía fila; cada quien acomodaba su mochila, dejaba limpio su espacio y se dirigía a la puerta de la escuela, menos aquellos que habían llegado tarde a la hora del toque.La hora de la salida de la escuela será relatada en otra página de mis recuerdos; por hoy, les agradezco su lectura y los invito a que nos encontremos de nuevo la semana próxima aquí en EL INFORMADOR, si Dios nos presta vida y licencia.lcampirano@yahoo.com