¿Por qué ciertos intelectuales son odiados en México? Hay quien sostiene que la inteligencia mexicana “acompañó” nuestro proceso de neoliberalización (fuente de todos los males). El intelectual, como el empresario y el político, pertenece al repugnante statu quo. Cooptado por Salinas, se arrodilló ante Televisa y el PRI. Obsequioso con el poder, reprimió su función crítica. Se enriqueció y traicionó al pueblo. En resumen, el intelectual, clasista y arrogante, es indistinguible del oligarca. Por ello cobra hasta cien mil pesos por una conferencia.Algo de verdad contienen estas afirmaciones totalizantes, pues forman parte del imaginario social mexicano. Debemos estudiar la relación que nuestra intelligentsia ha mantenido con el poder. Hay mucho que criticarles. Pero ¿es esta figura un intelectual? ¿Qué debe entenderse idealmente por el término?Por decirlo de una vez: intelectual es todo aquel que cultiva e introduce ideas en la esfera pública con la esperanza de alcanzar el progreso social, esto es, el mejoramiento de las condiciones de vida de sus conciudadanos.Es un individuo que rinde fidelidad a la inteligencia, el lenguaje y la claridad. El intelectual no es un activista político, un profeta o un ideólogo; su compromiso principal no es con un partido político, clase social o credo religioso, sino con su propia conciencia moral e intelecto crítico. Venera, ante todo, la lógica del análisis científico-racional y respeta los hechos empíricos de la realidad social. El intelectual es, simplemente, todo amante de la belleza y la inteligencia que desea extenderlas en su sociedad.En contraste, el mal intelectual utiliza su prestigio social y su habilidad retórica, no para criticar a los poderes salvajes, sino para legitimarlos, y conquistar así algún poder, influencia o prebenda. Quizás el buen intelectual sea por definición un marginado, un francotirador: está condenado a no quedar bien con nadie y ser atacado por todas las posiciones, sectores y partidos. “El pensamiento independiente —escribe Octavio Paz en Posdata— es casi siempre impopular”.El oficio intelectual, lo mismo que la labor periodística, cuando es ejercido con honestidad moral, coraje cívico y rigor analítico, contribuye a una sociedad más democrática y plural. Cuando sirve a una ideología o partido, suele contribuir al autoritarismo y a la concentración del poder.A pesar de sus errores, excesos y limitaciones, los intelectuales públicos siguen siendo necesarios. Sin examinación crítica de las ideas, valores e instituciones, sin discusión pública vigorosa ni visiones normativas de la sociedad, no es posible alcanzar el desarrollo cultural ni el bien común. Sin inteligencia social creativa, no hay democracia. El intelectual, en suma, desempeña un papel fundamental en la sociedad contemporánea: contribuir a la crítica de los poderes establecidos y, por tanto, a la defensa de la libertad.
