Jueves, 18 de Abril 2024

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Pesos y medidas

Por: Antonio Ortuño

Pesos y medidas

Pesos y medidas

De los muchos sofismas que llegan a leerse, de tanto en tanto, al respecto de la literatura, uno de las que me ha llamado más la atención en fechas recientes es el que procedo a enumerar: en un texto bastante belicoso, escrito con la intención de reventar a un crítico, un colega suyo lanza la acusación de que su rival no es científico en su aproximación a las letras, sino impresionista y caprichoso. Y le pone como ejemplo a un astrónomo, que está obligado a estudiar con parámetros físicos, químicos y matemáticos las estrellas y no a decir si son bonitas o no. El argumento quiere ser un nocaut. Y suena, hemos de aceptarlo, terminante. Es como acusar a un médico de no ser sino un maquillista o algo así. En resumen, de ser un improvisado y un farsante. El problema es que la metáfora  utilizada implica algo que es absolutamente falso.

La literatura no puede ser medida, pesada, calculada e indagada cumpliendo con los supuestos de la ciencia exacta o natural. Las ciencias sociales y humanas están animadas por un espíritu científico, por supuesto, pero los resultados de sus trabajos no pueden ser comprobados mediante la experimentación y mostrar resultados concluyentes para afirmar o refutar una tesis, al menos con los grados de certeza que el método científico exige. Un protón hace lo mismo que otro protón, pero un hombre (o un texto) no hace lo mismo que otro, o al menos no como verdad incuestionable. Por eso es que las ciencias sociales y humanas no son como la matemática, la física o la astronomía en ningún sentido. Nadie puede sostener que el psicoanálisis, la sociología, la teoría crítica o la teoría literaria (o la ciencia social o humana de su preferencia) sirvan para explicar incuestionablemente nada en el Universo. Lo que hacen, en todo caso, es brindar herramientas de análisis que permiten profundizar, problematizar, conocer un poco más. La ciencia natural y exacta nos dice como es la luna con precisión matemática, química, física, pero la ciencia humana es incapaz de decirnos con ese mismo grado de certeza como es un texto literario. Nos da (y por eso es que así suelen titularse los trabajos exegéticos y críticos) “aproximaciones”, “vislumbres”, “acercamientos”. Estudiada por la teoría de la literatura, la luna será, en cambio, muchas cosas, siempre interesantes y siempre parciales (y, en cierto sentido, siempre insuficientes). Porque es símbolo, memoria y proyecto, porque tiene pasado legendario en todas las culturas y, a la vez, es motivo recurrente en el imaginario del futuro (Verne o la carrera espacial)…

Quizá sea desolador aceptarlo, pero en un sentido riguroso, el trabajo del crítico literario se parece  más al del astrólogo (un observador que puede ser muy sistemático pero que saca conclusiones rarísimas de su estudio del cielo y lo relaciona con la vida, el carácter y el destino) que al del astrónomo. Porque si algo no se puede comprobar fuera de toda duda razonable, no es ciencia propiamente dicha. Y creer que las teorías sociales equivalen al metro, la regla y la balanza es ser ingenuo, pérfido o mentiroso.

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