Jueves, 25 de Abril 2024

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Olvidar lo infernal de aquí abajo

Por: Martín Casillas de Alba

Olvidar lo infernal de aquí abajo

Olvidar lo infernal de aquí abajo

La vista de Delft del holandés Vermeer contrasta brutalmente con la vista de la ciudad que habitamos, tal vez, por eso, el hecho de poder verla, nos consuela, pues nos contagia un estado de ánimo más bien apacible. En 1966 Emile Cioran visitó una exposición de Vermeer y se detuvo admirando este cuadro para escribir en una de sus libretas: “Esta luz, esta gloria íntima en Vermeer, le hace a uno olvidar todo lo que puede haber de infernal aquí abajo”, a lo que Antonio Muñoz Molina le agregó que aunque “lo infernal no desaparece, sin duda, la belleza de esta obra nos ofrece sustento y consuelo”, (Babelia, 7.2.20).

Ahora, he decidido colocar esta obra como protector de la pantalla de la iMac para poder verla cada vez que la abro y, de esta manera, disfrutar de algunos detalles de esa obra de arte. ¡Que delicia volver a ver La vista de Delft de Vermeer antes de ponerme a escribir! A pesar de que con las artes plásticas no me conecto tan bien como con la literatura, desde hace años las obras de este pintor me han gustado tanto que, en una ocasión, le pedí a mi amigo Max, cuando viajaba a Ámsterdam y estaba seguro que iría al Rijksmuseum, para que me trajera algunas reproducciones de sus obras que sigo disfrutando.

Vermeer registró dos nubes negras sobre su cabeza, anunciando lluvia sin que fuese amenazadora. Respiro hondo y disfruto la transparencia del aire y de la vista, gracias a esas nubes que funcionan como cachucha, provocadora de esa claridad, como sucede en el tiempo de aguas cuando volteamos a ver al Ajusco, al Sur de la Ciudad de México, y vemos esa misma transparencia del aire como la de Delft en este cuadro, iluminado de la misma manera como en esta pintura cuando puede uno ver con claridad el otro lado del río Mosa y que me recuerda la transparencia que hay en la ciudad de Oaxaca.

La vista de Delft, de Vermeer (1661). ESPECIAL

La vista de Delft, los reflejos del río y las señoras con sus tocados blancos almidonados, platicando sin preocupación alguna, hacen que nos olvidemos de todo lo que puede haber de infernal aquí abajo. El puente conecta a los barrios y vemos cómo le pega la luz franca a una torre de cantera gris clara que, si fuese una iglesia, apunta hacia al cielo que es el mismo al que las almas de los parroquianos se refieren cuando van de domingo a domingo para aliviar sus penas y elevar su espíritu.

La vida suspendida al atardecer y la luz nítida que tanto nos sorprende mientras salen a pasear, poco antes que caiga la lluvia, por la orilla del Mosa, ahora que está calmo, sin el rugir de su corriente amenazadora como sucede en la primavera cuando puede crearse el caos con esos remolinos, como pétalos de rosa, cuando la naturaleza nos muestra su pulso.

Vermeer pudo haber tenido problemas económicos y familiares, como creemos que sucedió después de haber retratado a La joven de la perla, pero esa gloria íntima que logra al crear sus obras, hace que se olvide del infierno para que se concentre y plasme la vista de esa ciudad con esa luz, gracias a su oficio y pinceles, para que eso se desvanezca y nos ofrezca esta belleza como consuelo, tal como lo experimentamos hace un par de semanas con la música de Granados.

Nadie está viendo al pintor, ni siquiera aquel que se pudo haber asomado por una de las ventanas para ver al artista frente a su tela, pintando una obra que no sabía que podría justificar su existencia, sumada a las otras, pequeñas e íntimas, donde la luz pega como si las viéramos a través de una cámara oscura, enfatizando así, esas historias de amor, de ausencia y soledad, tal como lo había contado de esos otros personajes, al tiempo que transmite una paz como la que necesitamos tener por lo pronto.

(malba99@yahoo.com)

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