Jueves, 18 de Abril 2024

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No me gustan los musicales

Por: Argelia García F.

No me gustan los musicales

No me gustan los musicales

No me gustan los musicales. No como los conocemos. Me he salido de algunos a los que he asistido y he cambiado alguna que otra película que va en esa misma línea. Apenas siento que la cosa va para allá, me da ansiedad, así que buscando estar lejos de lo que me da ansiedad no los veo, no los pongo y no los oigo. Aún así, mentiría si digo que en mi vida no he visto uno completo.

Cuando estaba en la adolescencia vi “El fantasma de la Ópera” de Andrew Lloyd Webber y en ese entonces alguna aria me enganchó. También mentiría si no dijera que por allá del 2004 en un viaje a Londres entré -porque era la única obra con boletos disponibles- a ver “Mamma Mia” de Catherine Johnson. El promedio de edad (ya se imaginarán) rondaba los 60 años y mis amigos y yo que apenas rozábamos la mayoría de edad nos sentíamos -aunque nos delataba nuestro “look” de mochileros-, como en casa porque aquella banda sueca había sonado de fondo en nuestro “soundtrack” de infancia. La función entera cantamos y bailamos desde nuestros asientos (son muy civilizados los ingleses) entre grupos de retirados y parejas contemporáneas.

El teatro es magia, el teatro es una experiencia completa, el teatro que entretiene y logra este fin hace que uno salga queriendo ver más, queriendo saber más y queriendo vivir más, queriendo ser testigo de otra historia que sucede ahí frente a los ojos de todos en vivo y a todo color.

Pasaron los años y entendí algo de los musicales. Entendí que para muchísimos artistas en formación y público en general es una puerta de acceso al mundo serio de las artes escénicas porque comprende varias disciplinas: música, danza y lírica fundamentalmente, y que incluye varios estilos y enmarca historias de distinta índole.

Durante la pandemia los números en los grandes polos de Broadway fueron devastadores, Nueva York y Londres se convirtieron en la tierra de nadie que nunca pensaron ser. Miles de artistas (en el mundo) se quedaron varados en la incertidumbre profesional y personal. Pero en lo particular, las historias de todos los -jóvenes o no- que se tratan de explicar en alguna forma artística fue también desoladora. 

Hace poco me enteré que el Instituto de Ciencias presentará en el Teatro Diana aquella obra que vive en mi memoria en la cual bailé, canté, lloré y me reí a carcajadas.

Los artistas que empiezan a explorarse dentro de alguna disciplina deberían de hacerlo desde jóvenes pues es desde temprana edad que el arte funge como un atajo para reconocerse a uno mismo y afrontar la vida como si se diera función a diario, completamente entregados. Decía el director de orquesta Claudio Abbado que no se educa a los niños en la música para que se vuelvan profesionales de ella sino para que aprendan los valores que dentro de una orquesta se enseñan.

El trabajo en equipo, la construcción de una familia que se hermana dentro de una producción, el poder ver de frente el camino a recorrer sin perder de vista lo que sucede en la periferia de esa mirada y el sentido de colectividad en el que todos ganan si todos vibran en sintonía son grandes lecciones que en el teatro se aprenden.

En esta ciudad ávida de crear públicos y atajos en contra de la feroz violencia vivida a diario, producir un musical con recursos humanos y económicos ajustados es una generosa apuesta de la educación para la paz.

Yo iré este 13 o 14 de mayo al Teatro Diana porque la nostalgia de ver “Mamma Mia” y recordar tiempos en los que yo tenía la misma edad que los artistas de la producción, será como volver a Londres en el 2004, estoy segura. Pero no, no me gustan los musicales.

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