Viernes, 17 de Mayo 2024

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Megalomanía y política social

Por: Diego Petersen

Megalomanía y política social

Megalomanía y política social

La megalomanía es una de las enfermedades del poder, quizá la más común entre los políticos. No hay de otra; solo aquel que realmente cree que sus capacidades y sus ideas están por encima del resto, que nada vale tanto como él mismo, es capaz de aguantar años de brega, las pequeñas e interminables luchas cotidianas, los sacrificios permanentes. El político de cepa se alimenta del aplauso y, aunque nunca lo reconozca ni lo diga en voz alta, sus platillos favoritos son las adulaciones de sus colaboradores y el servilismo de los poderosos.

Compararse con Jesús y asumirse perseguido igual que el nazareno es a todas luces una desproporción. El presidente lo sabía, advirtió que sería criticado por ello, pero no se aguantó las ganas de hacer el símil entre su política social y la doctrina cristina, entre el mesías judío y él mismo, autoerigido en el gran transformador de México.

Los programas sociales del actual gobierno son poco transparentes y no tienen reglas de operación

Más allá del mal gusto de la comparación y que la declaración es sin duda un bocado de cardenal para los productores de memes y los furibundos tuiteros antiAMLO, lo verdaderamente preocupante es la concepción de la política social como acto de caridad, y el amor al prójimo como una política pública. Esto nos lleva, otra vez, a los fangosos y resbaladizos terrenos de la rendición de cuentas. Los programas sociales del actual gobierno son poco transparentes y no tienen reglas de operación, lo que hace sumamente complicado de evaluarlos. Cuando no está claro qué, de manera clara y medible, es lo específico de un programa social, y los objetivos son tan abiertos como la justicia social y el bienestar (con lo que probablemente todos estaremos de acuerdo), la evaluación es meramente interpretativa y propagandística.

Este año se aplicaron 119 mil millones de pesos a programas sociales sin reglas de operación. Para el 2020 serán 420 mil millones. El incremento, de tres veces y medio en política social, es sin duda una extraordinaria noticia. No solo es un acto de justicia, sino que bien aplicados esos montos pueden hacer la diferencia en materia de pobreza y, en el mediano plazo, en materia económica. Pero, si la inversión pública no genera capacidades individuales y reduce las vulnerabilidades de las familias, no resolvimos el problema, solo lo estamos pateando, al prolongarlos y eternizarlos, tal como lo ha hecho la caridad a lo largo de los siglos.

Preocupa que al tiempo que observamos una megalomanía tan explícita tengamos una política social tan poco clara. Tiene razón el presidente cuando dice que el Estado mexicano es un elefante enfermo, incapaz de moverse, pero no es eliminando las reglas de operación como vamos a hacer que el elefante camine, lo único que lograremos es que el mismo elefante se vuelva, además de inepto, caprichoso.

(diego.petersen@informador.com.mx)

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