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Los toros de la ganadería Las Ramblas deslucieron en Las Ventas de Madrid

Por: El Informador

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Por Patricio Fernández Cortina

Lunes 14 de mayo de 2018. Al salir del hotel hacia la plaza de toros de Las Ventas, me encontré con el matador Saúl Jiménez Fortes, encartelado ya como “Fortes”, y conversamos sobre la injusticia que con él cometió el presidente en la corrida del viernes pasado, aquí en la Feria de San Isidro, al negarle una oreja que el público pedía por aclamación. “Es más importante la satisfacción que da el reconocimiento del público, porque ahí yo me juego la vida”, me dijo. En mi camino a la plaza estuve pensando en la sensibilidad de los toreros y en la profundidad en la que habitan sus pensamientos.

Durante la corrida de ayer la plaza lució con buena entrada para ver torear a David Mora, Juan del Álamo y José Garrido, con toros de la ganadería de Las Ramblas, que aunque tuvieron presencia y promediaron 600 kilos de peso, desafortunadamente salieron descastados. En especial, uno de ellos fue tan manso que huía ante el más tímido movimiento del capote, ordenando el presidente su regreso a los corrales sin siquiera haberlo picado. Como era de esperarse, el público del Tendido 7 reclamó airosamente la decisión, gritando la consigna “¡fuera del palco!”. El presidente tenía la facultad de ordenar que al toro se le pusieran benderillas negras, que sustituyen las varas y tienen el doble propósito de servir de “sanción” a la ganadería —digamos, como un estigma—, y que el toro reciba castigo para ver si embestirá. En fin, no ha sido semana de presidentes en Madrid.

David Mora batalló con el viento, y a su primer toro no pudo hacerle más que una tanda de derechazos, habiendo matado con estocada tendida, para salir al tercio. Su segundo toro fue aquel manso devuelto, que fue sustituido por uno de reserva de la ganadería de José Cruz. Como hacía un “viento de océano”, era imposible la quietud de la tela, indispensable para que no se descubran los toreros. Tan sólo logró una tanda de naturales que despertaron los únicos olés de la tarde, y ante esa dificultad decidió matar al toro, recibiendo el silencio del público.

Juan del Álamo también tuvo que lidiar con el viento y con el toro, al que le cuajó una tanda de derechazos, siendo certero con la espada, lo que le valió salida al tercio. Con su segundo toro, manso y descastado, le resultó imposible ligar una tanda, esbozando tibiamente pases entrecortados. Pinchó y mató, ante el silencio del público.

José Garrido fue temerario con las verónicas a su primer toro, haciéndolo pasar muy cerca a pesar del inconveniente del viento. Pero ya se sabe que Las Ventas es la plaza más importante del mundo, y los toreros saben que ahí se juegan el porvenir. Su segundo toro, muy bien armado de puntas y por ende peligroso, se rajó luego de la suerte de varas, por lo que el torero tuvo que matarlo, con la mala suerte de pinchar y descabellar varias veces.

La tarde iba cayendo y conforme la noche cubría a Madrid con su manto, recordé las Luces de Bohemia, de Valle Inclán, en cuyo prólogo Gómez de Baquero escribió: “Que la tragedia del poeta sea conmovedora como la tragedia española, un aguafuerte de la historia contemporánea”. Así, como estas aguafertes taurinas que escribo, cuyo propósito es dejar constancia del arte de la vida y la muerte en un ruedo, donde los hombres y el toro participan en uno de los espectáculos más bellos de la humanidad.

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