Viernes, 26 de Abril 2024

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Los cartujos y la Chartreuse

Por: María Palomar

Los cartujos y la Chartreuse

Los cartujos y la Chartreuse

San Bruno, el fundador de la orden de los cartujos, es uno de esos santos renanos tan, tan viejos que ni siquiera necesitaron canonización. Nació en Colonia por 1030 y murió en 1101. En 1084 fundó con seis compañeros, al mismo tiempo que su congregación, la Gran Cartuja, que es hasta hoy en día un monasterio en un valle alpino en Isère, Francia, cerca de Grenobnle.* Los cartujos siguen una de las reglas monásticas más estrictas y austeras: clausura perpetua, silencio casi absoluto, poco contacto con el exterior. Los monjes viven de su trabajo. Hay una película maravillosa que hizo en 2005 Philip Gröning, En el gran silencio, que puede verse en youtube.** Es un día en la vida de la Gran Cartuja y puede verse todo el monasterio por dentro y por fuera (ojo: cosa notable, no hay ahí un solo objeto feo).  

Además de dedicarse a la agricultura, la ganadería y la carpintería (hacían mástiles para los barcos con los pinos de sus bosques), los monjes disponen desde el siglo XIX de una fuente importante de ingresos por vía comercial: una industria artesanal de elíxires y licores famosos entre los conocedores de todo el mundo bajo el nombre de Chartreuse.

Todo comenzó con un tónico a base, según se dice, de 130 plantas medicinales y con alto contenido alcohólico, que todavía se fabrica (además de una amplia gama de bebidas con la apelación Chartreuse). No se sabe bien de dónde vino la receta celosamente guardada de ese “elíxir de larga vida”, sólo que en 1605 la recibieron los monjes en un manuscrito que les dio su benefactor el Mariscal d’Estrées. Hay quien dice que pudo haberla conseguido en Constantinopla, donde había fungido como embajador.

El misterioso manuscrito, que por suerte conservaron los monjes, no sería descifrado sino un siglo después por el apotecario de la Gran Cartuja, Jérôme Maubec, quien logró poner a punto la receta en 1737. El brebaje empieza a ser distribuido en ferias y mercados de las ciudades de la región, como Grenoble y Chambéry, y poco a poco va adquiriendo fama. Se distribuyen las botellitas en cajas de madera para protegerlas de la luz.

Sólo dos de los monjes de la Gran Cartuja conocen la receta, que por cierto corrió el riesgo de perderse no una, sino varias veces. Durante la revolución francesa, cuando los monjes fueron exclaustrados y sólo a uno se le permitió quedarse en el convento, se hizo una copia para que él la guardara, y el original se lo llevó otro, que acabó preso en Burdeos pero pudo sacar el manuscrito de la cárcel gracias a la complicidad de unos custodios. Después de pasar por varias manos, la receta acaba en las de un boticario de Grenoble, que no la entiende y a cuya muerte por fin vuelve al monasterio (donde los monjes habían regresado en 1816). Desde entonces, no sin más peripecias, la producción del elíxir continúa, y también la de otras bebidas digestivas de las que forma parte.

*https://divinebox.fr/produits-monastiques-grande-chartreuse/

*https://www.youtube.com/watch?v=ktWVyx2IupU

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