Viernes, 26 de Abril 2024

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Las razones para escribir

Por: Carlos Enrigue

Las razones para escribir

Las razones para escribir

He estado considerando cuál es la causa que me impulsa a escribir, al no ser el suscrito ni experto, ni vidente. Y la primera razón que me viene a la cabeza es que lo único cierto es que me gusta mucho platicar, lo que no necesariamente significa que yo tenga algo muy importante que decir, digamos que me interesa mucho la charla intrascendente, como solía decir mi abuelita, platicar de novios, nada que sea para perpetua memoria y como no puedo conseguir con quién hacerlo, pues escribo con la esperanza de que algún solitario lector lea y le provoque el deseo que al encontrarme me diga que le gustó o que no le agradó, me señale mis errores, que son muchos, muchísimos más de los que yo quisiera, ya que en una charla de amigos, que es lo que pretendo sea esta colaboración, no importa tanto la exactitud sino el afecto con que se hace.

Y hoy quiero platicarles de una persona extraordinaria para mí, que fue mi nana Serafina, la que batalló con nosotros en nuestra infancia -de la que ya poco me acuerdo-, pero que muchos que nos conocieron dicen que éramos muy vagos, digo yo “vagancias infantiles”, pero esa era la opinión de otros, opiniones que aunque respeto no compartí, pero a pesar de no considerarlo, latosos sí éramos; por dar un ejemplo, en nuestra infancia el temor era que te diera poliomielitis y los adultos se preocupaban por ella, pues un día andábamos con mi nana en la mona de los Niños Héroes (hoy glorieta de los, las, les, lis, lus y l@s desaparecidos) y vivíamos por López Cotilla, y a Pancho mi hermano, que por aquellos tiempos ya pesaba entre 60 y 70 kilos, se le ocurrió que no podía andar y Serafina, que no era muy grande, lo cargó desde ahí hasta la casa.

Sabía leer porque decía que había aprendido en la mantilla número uno; profundamente religiosa, fue incluso precursora en muchos conceptos y hábitos religiosos, ya que en aquel tiempo no se podía comulgar más que una vez al día y ella lo hacía varias veces; buenísima para contar historias sobre todo de ánimas del purgatorio, de las que ella era muy devota y tenía pequeños errores como pensar que Dios era mujer, por aquello de que el credo afirma que “se hizo hombre”.

Para entretenernos nos llevaba a hacer circuitos en los camiones, paseo que consistía en subirnos en algún sitio, dar toda la ruta del camión y nos bajábamos donde lo habíamos tomado.

Después se volvió loca, que muchos pensaron éramos los culpables y desde luego estuvo en un manicomio y volvió a la casa, porque era loca mansita, tan solo buscaba una canica y de todo culpaba a los “farones” (la crueldad bíblica de los faraones), ya mayor decidió irse a Cuatlancillo, donde murió, a donde fuimos a enterrarla y hasta nos dejó una herencia a toda la familia.

@enrigue_zuloaga

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