Dentro de ese mundo del que ya hemos hablado, que es la memoria, a mí me surgen muchísimos recuerdos de historias verdaderamente extraordinarias, cuya veracidad no sé ni me importa, mientras estas sean buenas. Entre ellas, las que contaba mi abuelo, un exitoso comerciante llamado José Zuloaga Vizcaíno -aunque él decía que era Vizcaino-, quien fue uno de los más grandes conversadores que recuerdo gratamente o, si usted quiere, un tipo muy exagerado, pero muy divertido; aunque digamos que no puedo responder sobre la veracidad con que se conducía porque aún hasta ahora debe haber gente que lo conoció, pero yo, que recuerdo varias narraciones, se las voy a contar, porque aparte me hubiera encantado robárselas, pero no tengo tanta gracia para hacerlo.Tenía un negocio de venta de materiales, productos de minas, que le daban muy buen pasar. Era un tipo muy ordenado con sus economías, lo que no le impedía ser muy generoso, cuando menos con la familia e incluso recuerdo personas que se referían a él como “el tío regalón”. Entre sus propiedades se contaba algún tipo de sociedad en que él y los hermanos Martínez Rivas podían disponer de un tren que utilizaban para traer semillas de Atotonilco, lo que le permitió tener una relación con el mundo de los ferrocarrileros (de gran importancia y sólo por mencionar a Margarito Ramírez). De tal manera que a mi antecesor le gustaban las historias de los tranviarios y las hacía propias, tanto que llegó a contar que su tren era tan exacto, que cuando pasaba todos comentaban “pongan a tiempo sus relojes, que ahí va el tren de Zuloaga”. Así, de propietario se convirtió en ferrocarrilero y, por tanto, en revolucionario, con todos los azares que tenía dicha función.Otra cosa que contaba y que es algo que tengo que verificar con mi estimado y docto amigo el padre Tomás de Híjar -quien entre otras ocupaciones es cura de la histórica Santa Teresa-, es que mi abuelo contaba que su propio abuelo, de nombre Juan Zuloaga, que era bajo profundo (parecía bomba de agua en los cantos religiosos ortodoxos) había roto la cúpula de esa iglesia, cantando el Alabemos, cosa que tengo que checar porque incluso tengo fuertes dudas de que Santa Teresa tenga cúpula.Tenía muchas narraciones exageradas pero muy divertidas, de las que he escogido otra para contarles. Tenía mi abuelo fama de ser extremadamente fornido y un día yendo por la Plaza de Armas con mi abuelita y mi tía Lupe, le chiflaron a la segunda, por lo que no tardaron en ir por la respuesta (cuando contaba esto, ponía de testigo a otro prohombre jalisciense, el licenciado José Arreola, quien curiosamente siempre negó haber participado), y cuando ya se preparaban para la moquetiza, don José le preguntó al chiflador que si ya había reparado en los antebrazos de Zuloaga, lo que no había hecho y en cuanto los vio, salió corriendo sin parar.@enrigue_zuloaga