Aceptemos. Unos ven un panorama, otros ven uno distinto. Una parte de la población da cuenta de una realidad específica, otras narran una polarmente diversa. Mientras unas y unos interpretan los hechos y los dichos de quienes gobiernan de una manera, hay quienes los decodifican de otra; hay los que aplauden, los que abuchean y aquellos que no se manifiestan en ningún sentido, quizá sólo ocupados en su supervivencia. Metidos todos en esa coalición de percepciones de las realidades, cada bando -y no hay sólo dos- se ha preocupado más por convencer a quienes perciben y narran a su manera lo que sucede y lo que sucedió, que por entenderse con las muecas irrefutables y compartidas de la realidad. Como si lo común nomás se refiriera a lo que de bando en bando consideran les atañe, y les atañe únicamente lo que le viene la historia que se cuentan.Las cifras de los resultados de la petrolera propiedad del Estado, Pemex, revelan que como empresa es un desastre; pierde dinero al ritmo, en 2024, de un millón ciento ochenta y un mil pesos por minuto. Con lo que se desmiente que el lópezobradorismo haya acabado con la corrupción y que sea más importante la lealtad de los funcionarios hacia su líder, que la capacidad. Tampoco la “soberanía energética” es bien servida: a Pemex la administran mal, está sobreendeudada, la extracción de petróleo decrece y en consecuencia refina menos, hace menos gasolinas (entre otros derivados) y, claro, vende poco. Sin embargo, el régimen que tiene el control del país desde 2018 (no ha cambiado) dice que va de maravilla, y por los resultados electorales, es un asunto que a las más y los más les tiene sin cuidado, con lo que para el anterior presidente y la actual, Pemex equivale a la bandera en la que Juan Escutia se envolvió en 1847, cuando México perdió la guerra con Estados Unidos y una tajada grande de su territorio; pero qué le hace, el gesto de Escutia, real o no, fue bonito, tanto como para que hoy en las mañaneras Pemex sea el lienzo en el que Claudia Sheinbaum envuelve las finanzas públicas, que se despeñan al grito de: somos una nación independiente, etc., lo que el bando al que apunta su discurso le merece otorgar a la Presidenta una popularidad desde la que ella constata, a pesar de las muecas de la realidad, que va como su antecesor: requetebién.Las evidencias de la inseguridad pública son contundentes, por no recurrir a dar ejemplos del ya clásico manoseo de las estadísticas de la incidencia delictiva, digamos de la pérdida de soberanía no ante una potencia extranjera, sino por la acción impune de los criminales, esa soberanía que en términos del Estado se mide porque éste detente el monopolio de la violencia y del cobro de impuestos, además de que sea garante del libre tránsito. La soberanía que la Presidenta presume en la relación de México con Estados Unidos no existe al tolerar, a veces facilitar, que grupos armados controlen territorios objetivos, cada día más. Pero esto, que se dice de corrillo en corrillo, tampoco ha mermado la popularidad de Claudia Sheinbaum ni la de López Obrador. Moraleja: ser popular no es lo mismo que ser buen gobernante.Esa noción de que la soberanía es un tema de las relaciones exteriores tiene otras connotaciones si se trata de la gobernación interna. Como la rendición de 29 presuntos delincuentes al Gobierno de Estados Unidos. Tan inteligente y sagaz el Gobierno de la República que se enteró de que jueces perversos los iban a liberar, así que se anticipó y los mandó al Gobierno que atenta, dice la presidenta, contra nuestra soberanía. Fue la versión siglo XXI de las guerras floridas prehispánicas: en ellas se hacían prisioneros para hacer ofrendas sacrificiales a los dioses; por lo visto vuelve a ocurrir, no dejar de honrar a los poderosos dioses, la única condición para arrancarles el corazón es tenerlos prisioneros, y la soberanía y el debido proceso, se quedan en donde pertenecen: en el discurso.Sin embargo, lo que podamos mostrar de una realidad que tiene al país ante el abismo -a sus instituciones, a la democracia y los derechos de las personas, es intrascendente- la mayoría de la gente adora (literalmente) a sus proveedores de dinero en efectivo y de falsedades; mayoría a la que no es difícil entender: la precariedad en la que vive es la sola realidad escabrosa desde la que mide su relación con el poder político. Pero es, asimismo, insignificante para quienes tienen la obligación de tomar decisiones que atiendan los daños estructurales que tiene la estructura político-administrativa de México, quienes además de mirar por reducir las brechas de toda índole y mirar a lo que el país tiene que ser para las generaciones por venir. Prefieren consentir los yerros, los ridículos públicos, las mentiras, la corrupción y los abusos de poder que se derraman desde Palacio Nacional y el Congreso de la Unión.La reforma lopezobradorista al Poder Judicial es jurídicamente endeble y políticamente perversa; su puesta en práctica en el proceso para organizar elección de personas juzgadoras no podía resultar sino igual: vergonzoso y dañino. No obstante, los Estados podrán, en el margen que les dejó la reforma, enmendar muchas de sus fallas y hasta ponerla a su favor. Las condiciones para que así suceda son: que haya debate, que se escuchen las posturas más allá de la clase política, que legislen según principios que olvidó el Gobierno federal: la justicia, la perspectiva democrática y el acceso a derechos. A menos que, como ya es tradición, y la 4T la honra a la perfección, las legisladoras y los legisladores desestimen los gestos de la realidad y enmienden la frase Vicente Guerrero: la patria es primero, siempre y cuando me convenga.agustino20@gmail.com