Domingo, 10 de Agosto 2025

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La metafísica de la resistencia colectiva

Por: Guillermo Dellamary

La metafísica de la resistencia colectiva

La metafísica de la resistencia colectiva

Hay batallas que no se libran con espadas, sino con conciencia. El filósofo Byung-Chul Han nos recuerda que el poder de nuestro tiempo no necesita gritar “prohibido” para someter; basta con saturarnos de regalos y distracciones con la dulce anestesia del consumo y la demagogia. El nuevo yugo no siempre es una espada: a veces es una pantalla encendida, una agenda amigable, una sonrisa que oculta el deseo de someter.

El miedo moderno no es solo al castigo, sino a quedarnos fuera del festín de lo superficial. Nos hacen creer que perder el tiempo es perder la vida, cuando en realidad es en la pausa y el silencio donde comienza la verdadera insurrección. Es no caer en el falso discurso y comer la carroña de ilusiones que nos lanzan.

Los tiranos, de ayer y de hoy, tiemblan más ante un pueblo que despierta a su dignidad que ante un pueblo que carga armas. Porque la dignidad es un arma que no se oxida, que no se decomisa, que no se dispara: se irradia. El movimiento zapatista lo dijo con sabiduría desarmada: “Detrás de nosotros estamos ustedes”. En esa frase vive una verdad peligrosa para cualquier opresor: la certeza de que la resistencia no se agota en un líder, sino que germina en la multitud.

El miedo colectivo es como un incendio: devora rápido y ciega. Los opresores lo alimentan con rumores, amenazas y falsas esperanzas. Pero todo fuego necesita aire, y el oxígeno del miedo puede ser sustituido por el oxígeno de la verdad compartida. Cuando suficientes personas descubren que su miedo era más grande que el peligro real, el tirano queda desnudo, como un actor que ha perdido el guion.

La historia nos enseña que los regímenes sostenidos por el terror no caen cuando se les derrota en el campo de batalla, sino cuando pierden la guerra por la inteligencia crítica y moral del pueblo. Cuando los corazones se encienden con el fuego de la verdadera esperanza y las conciencias se levantan como muros invisibles, ninguna fuerza los derriba.

Resistir, entonces, es un acto metafísico: no basta con decir “no” al opresor; hay que decir “sí” a la verdad, a la dignidad, a la belleza que nos recuerda que somos más que miedo. Porque un pueblo que se reconoce en su propia luz deja de ser súbdito y se convierte en auténtico horizonte.
 

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