Viernes, 26 de Abril 2024

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La mera verdad de lo dicho

Por: Martín Casillas de Alba

La mera verdad de lo dicho

La mera verdad de lo dicho

La palabra no es suficiente para establecer una buena comunicación, por eso, se complementa con el lenguaje corporal que se expresa con gestos, posturas, movimientos de ojos y olores, como me dijo un día Richard E. Leakey, nacido en Kenia, cuando vino a México a presentar su libro El origen de las especies de Charles Darwin, ilustrado y anotado (Conacyt, 1980): “en África no usamos perfume. Por eso, cuando llegan a vernos, por su olor, sabemos cuál es su estado de ánimo.”

Tenemos las famosas neuronas llamadas ‘espejo’ que se activan justo cuando el otro realiza una acción y, por eso, lloramos o reímos si vemos reír o llorar a ese otro. Otras más se activan en automático para complementar lo que decimos o escuchamos, matizándolo o contradiciéndolo, si somos capaces de interpretar ese lenguaje con el que reconocemos la ‘neta’ de lo dicho.

De ahí la importancia del lenguaje corporal que Darwin confirmó que ya lo usábamos desde que éramos homo sapiens sapiens, hace unos doscientos mil años.

El lenguaje no verbal es una forma de interacción silenciosa, espontánea, sincera y sin rodeos que ilustra la verdad de las palabras pronunciadas, complementándola con esos gestos reflejo instintivo e inconsciente, que se activan frente a lo que escuchamos o decimos, como si fueran parte del mensaje.

Nadie nos enseña a interpretarlo y no conozco que se ofrezcan clases, por eso, lo aprendemos sobre la marcha, a pesar de que muchas personas no observan lo que decimos en ese otro lenguaje, pero bien sabemos que nos puede ayudar a entender lo que realmente se está comunicando, aunque algunas veces duela.

Hay gestos que son obvios, por ejemplo, el marido cuando le preguntan si ha estado con otra mujer y, antes de contestar, clava la mirada al suelo; o el niño que esconde la mano con la que lanzó la piedra con la que rompió la ventana o, cuando entrecerramos los ojos porque dudamos de lo que estamos oyendo.

El lenguaje no verbal dice más que las palabras y complementa el mensaje como lo hacen algunos solistas, como Yeol Eum Son, pianista coreana, delicada, clara y precisa con una piel suave y tersa que muestra con cierta inocencia mientras interpreta el Concierto No. 21 de Mozart en una de las mejores versiones que he oído, en donde me llamó la atención su lenguaje corporal, como también el de Daniil Trifonov, genio al piano que ha renovado las versiones de Chopin, aunque al verlo parece medio loquito con esos gestos que hace, expresando cada uno de los sentimientos o el humor del polaco conforme avanza en el concierto.

Recuerdo que hace mil años tenía la manía de sacarme el anillo de bodas y darle vueltas en la mesa, hasta que un día, uno de mis clientes en IBM, nervioso, me dijo apuntando al anillo que giraba haciendo ruido: “Por más que le dé vueltas, no tiene remedio”, interpretando correctamente ese otro lenguaje no verbal.

El rostro enrojecido es parte del lenguaje corporal que podemos interpretar ya sea, como vergüenza, deseo o enojo; o el ‘ceño fruncido’ como escribió Blasco Ibáñez en una de sus novelas -anécdota que ya he contado en otras ocasiones-, cuando el tipógrafo cometió un lapsus lingue al transcribir el manuscrito y, en lugar de escribir: “aquella mañana doña Manuela se levantó con el ceño fruncido”, cambió la ‘e’ de ceño por la ‘o’ y se publicó como si aquella mañana doña Manuela se hubiera levantado con el ‘coño’ fruncido, gesto no verbal, digamos, que es difícil de reconocer en otra persona, pero que es fácil hacerlo en uno mismo y, como dicen los expertos, sería algo natural o, en todo caso, señal de que tenemos miedo.

Los lapsus lingue suceden cuando menos lo esperamos mientras decimos o escribimos algo que complementa lo que ‘realmente’ queríamos decir y que, tantas veces, es la mera verdad de lo dicho.

(malba99@yahoo.com)

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