Viernes, 26 de Abril 2024

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La jardinería tapatía y el síndrome del comedor impresentable

Por: Juan Palomar

La jardinería tapatía y el síndrome del comedor impresentable

La jardinería tapatía y el síndrome del comedor impresentable

Supongamos una buena casa de barrio. Hay una cena. Los convidados llegan al comedor alargado y descubren una mesa muy bonita, muy bien dispuesta, con flores y todo. Pero luego, se dan cuenta que a todos los lados es un tiradero. Paredes chorreadas, cuadros rotos y discordantes, muebles sucios y desvencijados, desorden y desarmonía general. La buena impresión de la mesa queda anulada y no falta el invitado que mejor se quiere ir.

Tal es lo que viene pasando con los meritorios esfuerzos de los jardineros municipales tapatíos. Se han dedicado a arreglar, con tino, una serie de camellones. Plantas bien escogidas, buen gusto, originalidad, ausencia de pastitos insustentables. Lástima que eso sea todo. Ambas banquetas, y sus fachadas, siguen en las mismas lamentables condiciones que el citado comedor cuachalote e impresentable.

Detrás de esto, de fondo, existe un injustificable repliegue municipal para cumplir plenamente sus obligaciones, para hacer lo más fácil y lo que se cree más vistoso. Un miedo evidente a poner en orden las banquetas y la imagen urbana que supuestamente –sólo supuestamente– son dominio exclusivo de los vecinos, de los negocios y los intereses personales. Lo curioso y grave del caso es que el Ayuntamiento tiene todos los medios legales para hacer “calles completas”, en vez de hacer un tercio de calles. 

Están los reglamentos vigentes de imagen urbana y de parques y jardines. El primero obliga a los propietarios a mantener una presencia decorosa y respetuosa de sus inmuebles, servidumbres y banquetas. El segundo obliga expresamente a plantar un árbol cada seis metros de frente del predio. ¿Entonces? El reglamento de anuncios, en tercer lugar, regula estos elementos y prohíbe claramente muchísimos de los “espectaculares” que siguen prevaleciendo como si las calles tapatías fueran una entrada carretera a Falfurrias, Tejas.

Es inevitable avanzar hacia la negociación y el acuerdo con los propietarios e inquilinos de los predios fronteros a las calles o avenidas que se pretende arreglar. Es tarea ardua: para eso se les paga a los funcionarios correspondientes. No para hacer lo más fácil.

Vistosos camellones y lamentables banquetas y frentes construidos laterales es una peligrosa forma del populismo urbano. Además es una grave forma de deseducar a la ciudadanía haciéndola creer que los intereses individuales van por encima de las necesidades colectivas.

Se trata de un trabajo hormiga, banqueta por banqueta, finca por finca. Ordenar o clausurar estacionamientos en servidumbres, recuperar áreas obligatoriamente jardinadas, bajar y regular anuncios, establecer los colores de fachada que marcan los reglamentos. Y, sobre todo, plantar árboles, muchos árboles y sus correspondientes arbustos que hagan juego y armonicen con los del camellón.

Se necesita, visión, audacia y voluntad política para realmente instaurar calles completas. Aparentemente, puede haber estos factores. Así, no seguiríamos padeciendo el síndrome del comedor impresentable. Y tendríamos una mucho mejor, y más educativa, ciudad.

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