Martes, 21 de Mayo 2024

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La fuerza de un siglo

Por: Jorge O. Navarro

La fuerza de un siglo

La fuerza de un siglo

En aquella amplia estancia, interrumpida sólo por los pilares que sostienen la robusta estructura del techo, se había instalado la redacción. Entre las filas de escritorios estrictamente ordenados, el director editorial caminaba con las manos a la espalda y la mirada fija en un objetivo que los demás no percibían. Hacía un recorrido repetitivo por los pasillos, mientras reporteros y redactores mantenían la vista en las pequeñas pantallas de sus computadoras de última generación. Era una regla en la casa editorial: en cuanto un avance tecnológico sorprendía al mundo, en El Informador se aplicaba para mejorar el desempeño del personal y reflejarlo en el diario tapatío.

Don Jorge, con el saco de tonos ocres desabotonado, seguía sus recorridos. Nadie lo interrumpía. Además, su presencia en la redacción era inusual. Todos sabían que apenas una puerta lo separaba del trajinar de los teclados, las conversaciones de los reporteros y los avisos a voz en cuello de fotógrafos y editores; pero en muy escasas ocasiones aparecía por el lugar.

La suya era una presencia permanente, aunque nadie lo viera.

Las reglas y orientaciones que surgían de su dirección se aplicaban estrictamente y además, daban resultados tan certeros como operaciones matemáticas.

Recuerdo que un cambio de método en el trabajo de cualquiera de los departamentos, se ensayaba durante dos o tres semanas hasta que el personal lo había asimilado completamente.

En una tarde cualquiera, mientras transcribía una tras otra las noticias que estaban apiladas a un lado de la computadora -era la tarea que desempeñaban los redactores, en jornadas que solían acabar ya entrada la madrugada- se acercó a mi escritorio y me sorprendió su rostro delgado. Me pidió que lo acompañara, ayudándole con un paquete. El único diálogo que sostuvimos fue de pregunta y respuesta.

- ¿Le gusta El Informador?  -, me cuestionó sin ningún aviso.

No entendí si me preguntaba por la institución o por el ejemplar impreso en blanco y negro, con su siempre encantadora tipografía en Times New Roman. ¿O quizá se refería al ambiente de trabajo?

- Sí, don Jorge.

Sonrió y abordó su auto. Yo había dejado en el asiento de atrás aquel bolso de papel que llevaba algo pesado y sólido.

Es irremediable. Recuerdo siempre ese breve episodio y la charla mínima que no supe abordar cuando paso por el Parque Reforma y lo veo sentado, ahora estatua de bronce, a las puertas del edificio de la Fundación Álvarez del Castillo. El escultor lo eternizó con un ejemplar del periódico que dirigió por décadas abierto entre sus manos. En algunas ocasiones me he acercado para corroborar si aún puedo distinguir su mirada fija y concentrada.

Y lamento no poder retomar la charla y comentar con él, quizá con atrevimiento, cuánto han cambiado las cosas. Cuántos retos enfrenta el periódico y los medios en general. Cuán velozmente hay que adaptarse todos los días a las formas de comunicación de las generaciones que se disponen a tomar el control y marcar el rumbo.

Y hoy, cuando se cumplen ya 104 años desde que salió a las calles de Guadalajara el primer ejemplar, me queda la certeza de que en la urbe tapatía se identifica el sello profundo de este diario y de quienes lo han hecho posible.

Feliz aniversario.

jonasn80@gmail.com / @jonasJAL

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