Viernes, 26 de Abril 2024

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La fuerza de la naturaleza

Por: Martín Casillas de Alba

La fuerza de la naturaleza

La fuerza de la naturaleza

Todos los días camino por las calles de Tlalpan Centro, el barrio donde vivo desde hace treinta años. Hace tiempo nos dejaron a Luna, una perrita French Poodle mini toy que, por las mañanas y después de la siesta, me voltea a ver con cara de ya-es-hora-de-salir y no me queda otra que hacerlo encantado de la vida porque me viene bien la caminada. Desde el momento en que salimos, Luna se transforma y se dedica a explorar su universo: olfatea muros, llantas, postes y plantas antes de dejar su huella y marcar su territorio.

En ese caminar he visto cómo crecen unas plantas pequeñas en lugares totalmente inhóspitos en donde ellas están tan campantes como si hubieran nacido en medio del campo, sin saber que lo han hecho gracias a la naturaleza, en medio de casi a nada: una semilla vigorosa, un poquito de tierra y agua de la lluvia ya sea entre las rocas volcánicas porosas o entre los intersticios de las losetas del pavimento o en los muros de adobe de las haciendas que había en este barrio.

He visto hiedras que han sido podadas sin consideración alguna que vuelven a renacer, verdes, brillantes y llenas de vida. Pura empatía con esa vitalidad, a pesar de las condiciones en las que crecieron. Ahí mismo las observo y a veces las fotografío, entre los jalones de Luna y el deseo para que las conozcan en las redes, mimetizado, como si hubiéramos crecido tal como lo hemos hecho, tomando de la vida lo que nos ofrece para llegar a ser lo que somos.

“Cuando sepas hallar una sonrisa…” propone el poeta Enrique González Martínez con una metáfora que me ha hecho pensar, de qué manera podríamos hallar esto que propone el poeta. Tal vez –me dije–, si observamos bien esto que nos rodea y, al hacerlo, lo conectamos para descubrir eso que está detrás de las cosas y, entonces, podamos sonreír, como cómplices tal como lo soy con esta hiedra que, a pesar de su mutilación, renace llena de vigor.

O tal vez la podamos hallar cuando leemos a Juan Palomar Verea, tal como nos ha enseñado a observar el universo de su jardín, como si viéramos con un microscopio potente eso que narra en las ‘Atmosféricas’ de su Diario de un espectador y, tal como lo sugiere el poeta, nos invita para que hallar una sonrisa en donde no nos imaginábamos que la podíamos encontrar, como puede ser en “la gota sutil que rezuma de las porosas piedras, en la bruma, en el sol, en el ave y en la brisa.”

Cuando salgo a caminar con Luna me encuentro a los músicos callejeros: unos jóvenes que caminan con sus guitarras rocanroleando, o a un trompetista con su tamborcito al lado o al saxofonista acompañado de su hijita y, luego a unos marimberos que llegan a la casa para volver a tocar “Secreto de amor”, que una vez mi mujer les tarareó y lo recuerdan; o al pregonero del ‘fierro-viejo-que-venda’ que lo canta a todo pulmón con una voz como de tenor y todo en ese estar aquí y ahora gracias a la tierra con la que pudimos crecer, damos más de sí cuando hallamos esa sonrisa con un potente microscopio para que “nada a tus ojos quede inerte, ni informe, ni incoloro, ni lejano, y penetres la vida y el arcano del silencio, las sombras y la muerte; cuando tiendas la vista a los diversos rumbos del cosmos, y tu esfuerzo propio sea como potente microscopio que va hallando invisibles universos, entonces, en las flamas de la hoguera de un amor infinito y sobrehumano, como el santo de Asís, dirás hermano al árbol, al celaje y a la fiera”, y a todo esto que nos rodea y, así, sigamos hallando otras sonrisas.

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