Hay políticos que no gobiernan: actúan. Que no dirigen: fingen. Que no aman al pueblo: lo seducen con una máscara. Son titiriteros de la palabra, magos del artificio, artistas de la simulación. En sus labios brotan discursos llenos de “justicia social”, “bienestar para todos”, “reivindicación del pueblo”, pero en el fondo de sus actos se esconde una oscura vocación de dominio, manipulación con propaganda y persistentes discursos.La psicología política ha explorado esta dualidad con agudeza. Harold D. Lasswell, pionero del estudio del poder y la personalidad, describió a ciertos líderes como “actores narcisistas atrapados en una narrativa de salvación, pero movidos por heridas profundas e insaciables deseos de control y poder”. El demagogo no sólo miente al pueblo: primero se miente a sí mismo. Vive una especie de esquizofrenia política, creyéndose mesías mientras actúa como tirano, predicando altruismo y sembrando división, prometiendo puentes mientras cava trincheras.Esta patología del poder suele ir acompañada de un gesto de megalomanía. El político tramposo se eleva sobre el pueblo como un falso profeta, convencido de que la historia le debe un altar y será recordado como un gran héroe. Y lo más inquietante es que, durante un tiempo, convence. Su teatro es creíble como el mago que le hace creer a su auditorio que realmente posee poderes especiales. Su escenografía es un montaje eficaz. Las multitudes le aplauden sin saber que asisten a una representación teatral.Pero todo teatro tiene un final. Y el telón cae, tarde o temprano.A lo largo de la historia, los regímenes construidos sobre el delirio del simulacro han terminado colapsando. Napoleón Bonaparte, autoproclamado redentor de Europa, acabó derrotado y desterrado, víctima de su propia sobreestimación. Más cerca en el tiempo, Nicolae Ceaușescu, en Rumanía, se mantuvo décadas en el poder con un discurso de justicia socialista mientras hundía al país en la miseria. Su caída fue fulminante cuando el pueblo descubrió que detrás del telón sólo había vacío.La mentira tiene piernas cortas, como dice el dicho. Y aunque las puede usar para subir al podio, no le alcanzan para sostenerse en el tiempo.Todo poder que no se edifica sobre la verdad, más tarde o más temprano, se derrumba. Porque el alma colectiva -aunque sea lenta para despertar- termina por abrir los ojos. Y al hacerlo, no perdona la traición del farsante.