Viernes, 26 de Abril 2024

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La boda en Chapala del 10.02.33

Por: Martín Casillas de Alba

La boda en Chapala del 10.02.33

La boda en Chapala del 10.02.33

En 1970 mis padres viajaron a la Ciudad de México para ver a sus nietos, entonces, les organizamos una cena a la que asistieron Andrés mi hermano con Miguel Ángel y Charo Lavín, Jaime Muñoz de Baena y Amparo su mujer. Mi madre, Mina de Alba era una buena conversadora y, entre otras crónicas, conocíamos la de su boda que chisporroteaba buen humor y esa manera de expresarse que era muy de ella. Esa noche le pedimos que la contara y aproveché para grabarla. Años después, la transcribí, edité y publiqué en 1986 en La Plaza y, para mi sorpresa, me habló Gabriel García Márquez para decirme que le había gustado.

La boda se llevó a cabo en Chapala el 10 de febrero de 1933: el civil fue en una lancha a la mitad del lago y la iglesia fue en la parroquia de San Francisco. Justo hoy se celebran 85 años de esa boda y, por eso, me permito publicar unos fragmentos de esa crónica para que la disfruten y tengan una idea de ese estilo tan particular de narrar:

Nadie me creía que me fuera a casar.

Cuando me preguntaban, les decía que ahora sí, que ya mero, y ¿tú crees?, ochenta meros y nada. Un día, por fin, recibí una carta del novio. Bendita carta que de tanto leerla me la sabía de memoria: “Querida Minita” –así empezaba la carta con su letra tan masculina, gorda, con rasgos tan suyos– y luego me decía que por fin tenía trabajo en la Ciudad de México y que, aunque no era lo que él esperaba, consideraba oportuno proponerme matrimonio si es que yo estaba dispuesta a compartir, aunque fuera, un cuarto redondo…

Cova, mi madre, no quería que me casara con el de Tepa. Ella esperaba que llegara el príncipe azul. Las dos vivíamos en Chapala y ahí fue donde lo conocí un día que estaba nadando con mis amigas y de repente, ¡chula de mi vida!, que sale de la laguna, que era como mar y de la misma espuma, sale un señor altísimo, con el pelo mojado que me clava sus ojos azules, chisporroteantes.

–¡Ay, Dios! —casi grité—, ¡éste es el que tanto esperaba!

El inocente era de Tepatitlán y había ido a pasar unos días de vacaciones. Ahí empezó el romance… La boda civil fue en el Lago… Entonces el Juez, a borde de la lancha, se paró y dijo:

–En el lago de Chapala, a bordo del Bremen –veintidós pasajeros– se presentaron para contraer matrimonio… Y yo con el corazón que se me salía, ¿será posible? ¡Qué no le falte la tinta, que no le falte el borrador, que no falte nada! … De regreso al pueblo, yo era pura felicidad. Con una mano sostenía mi sombrero de paja blanco crudo, como era el color del vestido y con la otra jugaba con las olitas que reventaban, inocentes, a los costados del vapor…

Después del banquete en el Beer Garden, muy discreta, me agarré la colita inocente y ahí vamos caminando por la cuesta rumbo a la Villa Josefina, donde pasaríamos la noche de bodas…

–¿Cuánto falta para llegar? —me preguntaba José Luis desesperado.

–Pues nada más subimos la lomita, damos vuelta y ahí está la casita.

–¡No puedo más! —decía el pobre.

–Pues quítate los zapatos —se me ocurrió decirle.

–¡Cómo!, ¿aquí en la tierra? Mejor ahorita llegando.

Yo también traía los zapatos apretados así que, por fin, cuando llegamos, él agarró un choclo que se había comprado en una onda fría y ahí va uno por la terraza que daba al jardín antes de sentarnos… en eso estábamos cuando vemos salir la luna… ¡de este tamaño!... entre la Buganvilla a la izquierda y un Tabachín por allá. ¡De este tamaño!

Era diez de febrero del treinta y tres, día de mi santo.

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