Jueves, 25 de Abril 2024

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Intangibles indispensables para la ciudad: la sombra

Por: Juan Palomar

Intangibles indispensables para la ciudad: la sombra

Intangibles indispensables para la ciudad: la sombra

No se mide, por lo tanto, tampoco se contabiliza ni hay registros: pero la sombra es uno de los componentes indispensables de la ciudad. Particularmente en contextos como el nuestro, que por naturaleza reciben una gran cantidad de insolación. Y, bien que se sabe, y sobre todo se experimenta: el calor resultante y su impacto en el medio ambiente urbano son determinantes para el deterioro de la calidad de vida, para el dispendio de energía y la emisión de carbono, para la formación de lo que se conoce como “islas de calor”. Para el también intangible y determinante humor colectivo: para el ánimo mismo de la gente. Para otro fundamental intangible: la amenidad -en el sentido profundo- de la urbe.

Algo que se da tan por descontado, por tan obvio, resulta en realidad un aspecto altamente descuidado en la gestión citadina y, muy desafortunadamente, en la conciencia general de grandes franjas de la población de estas generaciones. Porque, tradicionalmente, existió por siglos el hábito espontáneo y a la vez metódico de acompañar las composiciones urbanas, las vialidades, las edificaciones específicas y sobre todo las casas de un arbolado racional, con frecuencia profuso: adentro y afuera.

Existía -y existe en reductos todavía- la noción de que cualquier intervención urbana, además de solucionar cuestiones básicas como la estabilidad estructural o la disposición de las aguas sanitarias y pluviales, incorporaba una administración eficaz de la vegetación y por lo tanto de la sombra y la temperatura, de la protección de la incidencia excesiva de los rayos solares.

Datos aproximativos señalan que una calle en nuestras latitudes y en el estiaje varía hasta 20 grados centígrados en su temperatura general con o sin la presencia de un buen arbolado. Por eso es tan relevante la relativamente reciente noción de “urban canopy”, que se podría traducir como capa urbana superior arbórea. Un manto vegetal y continuo íntimamente ligado a la adecuación climática, ambiental, a la resiliencia misma de las ciudades. Este concepto ya se ha venido mesurando y evaluando en distintos lugares del mundo. De allí se debería desprender una medida concreta: fijar una colaboración mínima y específica por parte de cada finca a la constitución de esta capa vegetal urbana.

Existe actualmente, en demasiados casos, una arquitectura irreflexivamente expuesta, autista frente al clima. En la vida diaria, este grave hecho se trata de paliar desde con cartones o cortinajes más o menos “eficaces”; y con cada vez más gravosa frecuencia con el recurso automático y descontrolado del aire acondicionado que se vuelve indispensable para hacer habitables a los edificios -y tantas otras tipologías constructivas- provistos de grandes vidrieras, en su mayor parte no apropiadas. Se ha vuelto cada vez más rara la búsqueda eficaz en el proyecto arquitectónico de algo tan elemental como la ventilación natural adecuadamente dispuesta y el aminoramiento de la incidencia solar. Algo de lo que existen milenarios ejemplos en la mejor arquitectura.

Sombrear los espacios urbanos, las intervenciones arquitectónicas de toda especie: algo que debería regresar al núcleo central de las intenciones constructivas. Algo que tiene una directa relación con la intemporal triada de Vitruvio: firmeza, utilidad, belleza.

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