El lunes pasado se cumplieron 171 años de la Batalla de Churubusco, librada entre las tropas invasoras americanas bajo las órdenes del general Scott y el ejército mexicano liderado por los generales Rincón y Anaya. El resultado fue una derrota mexicana, pero una que permitió al general Santa Anna negociar una armisticio que fue roto posteriormente en Molino del Rey.En una guerra a todas luces injusta – como suele ser la mayoría de las guerras – ésta tuvo una particularidad. Y es que dentro de las filas del ejército americano hubo un par de centenas de extranjeros que poco a poco vieron el abuso que la invasión significaba, y cómo es que ellos en su mayoría irlandeses católicos estaban más cercanos de los mexicanos invadidos que de los americanos invasores. Por ello desertaron y se unieron al ejército mexicano.La travesía de este grupo, que fue denominado el Batallón de San Patricio, les llevó a pelear en la defensa de la Ciudadela en Monterrey, La Angostura y Cerro Gordo. En las tres batallas se distinguieron con honor y gallardía, peleando las dos primeras como baterías de artillería y cambiando en Cerro Gordo y Churubusco a ser unidades de infantería.A Churubusco llegaron los San Patricio buscando proteger la retirada de los restos del ejército que había sido derrotado en Padierna un día antes. Ahí, junto con otras tropas que aproximadamente sumaban 1,400 incluyéndolos, plantaron cara a las tropas americanas que eran cerca de 8,500.No tenían oportunidad.Pese a ello, y peleando al lado de lo que se llamó Piquetes de Tlapa – un regimiento de civiles españoles que decidió apoyar a México en su defensa – dieron pelea por varias horas, dejando muertos sobre el puente a 366 americanos. Al estallar una reserva de pólvora que se tenía almacenada, la situación de los defensores se tornó en desesperada pues poco a poco fueron acabándose las municiones. Finalmente, la plaza tuvo que rendirse.De dicha batalla resulta memorable la respuesta que dio el general Anaya a la exigencia del general Twiggs de entregar las municiones, al decir: “Si hubiera parque, no estaría usted aquí”.Con la derrota en Churubusco se apresó a los desertores del Batallón de San Patricio, a quienes se les impuso dos tipos de pena: si el sujeto había desertado previo a la declaración formal de guerra, recibiría azotes y sería marcado en el cuerpo con un hierro ardiente con la letra “D” de desertor; si su deserción se hizo posterior a la declaratoria de guerra, morirían ahorcados. Como gesto cruel, se les ahorcó atestiguando cómo se izaba la bandera al caer el Castillo de Chapultepec; su comandante John O’Reilly salvó la vida.De los integrantes de los Piquetes de Tlapa, ya no se supo más.Como sea, siempre es buen momento para recordar que este país se ha construido con muchas manos, autóctonas y extranjeras, así que hoy nada más que gratitud para aquellos irlandeses y españoles que, sin deberlo, decidieron hacerse mexicanos.