Sábado, 20 de Abril 2024

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“Exámenes de confianza”

Por: Carlos Enrigue

“Exámenes de confianza”

“Exámenes de confianza”

Aún apenado de gratis por el papelón del carnal Marcelo y su señora esposa tomándose fotos en los funerales de la reina, aunque es muy explicable, ya que como decía mi nana: cuando sus nalgas en tan buen colchón, ya que jamás volverá a tener otra oportunidad como esa.

Pero las cosas que hacemos que nos avergüenzan muchas veces son inevitables y ni modo, hay que aguantar la pena y seguir adelante. Por dar un ejemplo, yo no podría aprobar uno de esos exámenes de confianza que para ganar dinero un político, perdón, para medir su honradez, les hacen a los policías y no sirven de nada, porque contestando el examen tendría que declarar que he robado y no a cualquier gente sino a nuestra Santa Madre Iglesia y sí, mea culpa.

Siendo niños un hermano y yo decidimos apropiarnos de un sacristán de barro, de esos en donde se ponían limosnas, que estaba en el templo de San Francisco de Sales, atendido por los magníficos sacerdotes salesianos, que tanto nos aguantaron.

Eran los tiempos en que amarraban a los perros con chorizo y hasta donde recuerdo la calle López Cotilla estaba todavía empedrada, pues llevábamos al sacristán de barro a media calle, cuando otro niño se unió a la banda, ayudándonos, no recuerdo si especialmente nos interesaban o no los fondos de la alcancía o si nada más llevábamos el mono por hacer la travesura, pero por la causa que haya sido, ahí lo llevábamos.

Pero en aquel entonces las monedas que le echaban eran de cobre y pesaban en realidad, y como el monaguillo era de barro y no sabía caminar, lo llevábamos balanceando hasta que el peso de las limosnas y tal vez las piedras del empedrado provocaron que se desfundara y alguien fuera a chismear, perdón a delatarnos y de inmediato fue Salvador, el sacristán, a recoger los dineros y a denunciarnos.

Esa fue la única vez que me pegó mi papá, nos acabó un fajo a cada uno, porque para él lo peor que podíamos ser era ser ladrones y en esa nos agarró; por su parte, mi mamá también nos pegó una sola vez, solo que ella empezó en 1951 y terminó en 1960. Desde luego tuvieron que pagar un monaguillo igual al secuestrado. Pero la regañada y la vergüenza se prolongaron por mucho tiempo, aunque ya no me acuerdo cuánto.

Muchos años después fui a ese templo a confesarme y lo hice con un sacerdote joven que yo no conocía y cuando entré al confesionario me preguntó el cura: “¿Ya no te has robado sacristanes?”. Yo pensé que se trataba de un sacerdote santo, de esos que saben los pecados que confesará el penitente, pero no, resulta que él era el niño aquel que se había vuelto cómplice del robo y nos estaba ayudando a que cruzáramos la calle, que después se hizo cura y lo asignaron una temporada ahí para el ejercicio como sacerdote.

@enrigue_zuloaga

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