Viernes, 26 de Abril 2024

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"En Nueva York, 1 de 6"

Por: Carlos Enrigue

"En Nueva York, 1 de 6"

El tío Bernardo siempre afirmó que su máximo deseo era volver a vivir a México y nunca pudo lograrlo, esencialmente porque nunca pensó en hacerlo, aunque hay que decir que no había tampoco ninguna razón para volver; de hecho no recordaba por qué había emigrado, y menos a los Estados Unidos, donde no le gustaba la comida ni hablaba una palabra de inglés.

Sin embargo, hasta donde se acordaba, fue a dar a Nueva York porque le juraron que esa ciudad era municipio de Yahualica y a él le gustaba mucho una salsa picante que fabricaban ahí.  Cuando supo que estaba allá, él fue el primer sorprendido. Casi se muere del susto. Eso pasó hace más de cuarenta años, sigue allá y todavía está sorprendido, tanto que su primer acto matutino es preguntarse qué carajos hacía allá.

El tío tendría al llegar a la Babel de hierro como veinte años, se auto describía como de mediana estatura ya que decía medir 1.70 aunque toda la gente decía que no pasaba del 1.60, o sea que no entraba en las estadísticas oficiales, nariz aguileña, cejas de gusano barrenador, bigote tupido de esos denominados como de aguacero y una innata capacidad para decir idioteces, las que decía con una seguridad impresionante.

Por aquel entonces Bernardo era de complexión delgada, aunque ya para entonces lucía una pancita que después fue evolucionando hasta que desarrolló y formó una monumental panza, que parecía un gran cesto de tripas, aunque, él se enojaba cuando se lo decían, ya que afirmaba que él no era gordo, que estaba inflamado a golpes que le propinaba su media naranja, golpes concentrados, ya que su mujer era chaparra y por eso sólo lo golpeaba ahí.

Tenía cierto aire de galán de pueblo chico, un caminado medio nosécomo y conforme a los tiempos en que vivía usaba un copete tipo Elvis, no lavaba los jeans y usaba lentes oscuros hasta en lo oscuro.

Siempre se dolió de no ser guapo, eso sí que le dolía ya que decía que nada se compara con la belleza, ni la riqueza, ni la fama, ni el valor de los guerreros, ni los héroes deportivos, ni los prohombres de la patria y como muestra, con gran pasión y emoción planteaba una historia que se contaba por el año ciento treinta y dos de nuestra era: realizaba un viaje por el Nilo el emperador Adriano y entre la bola de barberos y gorrones acompañantes estaba el efebo Antinoo, de gran belleza física. No se sabe cómo eran sus facultades intelectuales y la verdad decía el tío que a nadie importaba como pensaba el joven ya que lo más probable es que no lo querían para debates. Según Bernardo lo tenían dispuesto ahí como carne para los leones.

Como en toda la historia decía el tío había varias versiones, el tío opinaba que la historia es la ciencia por la cual se determina que todo lo que uno sabía cómo verdadero no era cierto; porque es evidente que la verdadera historia no se ha escrito nunca en ningún lugar de este planeta.

Continuará

@enrigue_zuloaga

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