¿De dónde proviene el término magistrade? ¿Por qué la muerte de Ociel Baena Saucedo ha generado un clamor social tan extendido? ¿Qué lo distingue de otro caso de la comunidad LGBTQIA+? Una nota describe así su perfil: “Baena Saucedo, magistrado del Tribunal Electoral del Estado de Aguascalientes, se hizo famoso en redes sociales al autoproclamarse la primera persona no binaria y con orientación homosexual, visible y orgullosa en ocupar una magistratura en México”. El magistrade reivindicó esa condición no binaria a través del lenguaje y su atuendo consistente en labial rojo, falda con saco y un característico abanico multicolor. De hecho provocó una revolución en muchas instituciones que modificaron reglamentos y reglas para nombrar. El lenguaje no binario surgió al final de la década pasada. Tradicionalmente se le asocia a los derechos de la comunidad LGBTQIA+. Se puede englobar como una de las formas de lenguajes inclusivos. Parte de un principio muy básico: uno es el género que se te asigna y otra la identidad de género, es decir, la vivencia interna e individual con la que te asumes, que puede corresponder o no con tu cuerpo. Este principio parte de un derecho universal al libre desarrollo de la personalidad y autodeterminación del individuo. Consiste en colocar la desinencia -e al final de los artículos y sustantivos para neutralizar el género. De esta manera, en lenguaje no binario, se escribiría: “Ociel Baena Saucedo fue le primer magistrade en obtener un pasaporte de género no binarie” (podría confesar que este enunciado me resulta chocante, pero no lo haré porque es políticamente incorrecto). Los defensores del lenguaje no binario señalan que existe una relación entre el lenguaje y la cognición. De tal manera que al momento de usarlo se fuerza al hablante a hacer consciente esa realidad que nombra, en este caso, una identidad de género que no se identifica ni con hombre ni con mujer. Eso, como consecuencia, da visibilidad a un colectivo históricamente discriminado. Sus detractores acusan un fundamentalismo en torno a ciertos usos lingüísticos permeados de ideología, ultracorrección política y frivolidad. Creo que ambos tienen un poco de razón. Por eso el tema genera tanta polarización. El pensamiento complejo consiste justamente en eso: dos argumentos contrapuestos pueden ser verdaderos. Cuando esto ocurre, en vez de profundizar el debate, lo usual es descalificar a tu interlocutor y simplificar la discusión a una cuestión de bueno/malo, correcto/incorrecto (lo que ocurre todo el tiempo en las redes). Uno de los últimos videos de Baena Saucedo, en donde promueve la contratación de capacitadores del INE, me recordó los sketches televisivos de Jorge Ortiz de Pinedo o Adrián Uribe, en donde la socarronería se basa en la reproducción vulgar de clichés y un lenguaje prejuicioso. Esa parte de su activismo digital creo que incentivaba lo que intentaba combatir, pues reproducía los estereotipos y expresiones soeces que justamente alimentan los mitos construidos sobre la homosexualidad y las diversidades. Pero esta crítica, políticamente incorrecta, trata de distinguir al personaje de la discusión de fondo en torno a la igualdad de derechos. Mi propuesta es que diferenciemos la batalla reivindicativa del lenguaje de la auténtica batalla política que implica transformar nuestras acciones, reformar instituciones y leyes, acabar con estereotipos, convenciones sociales y costumbres que discriminan, violentan y segregan a un sector históricamente estigmatizado. Ni eres un opresor de la comunidad LGBTQIA+ por rechazar el uso del lenguaje no binario ni, por el contrario, eres mejor persona que el resto por usarlo. Ni los salvas ni los condenas, pero cualquiera sea tu postura, puedes respetar su derecho a un trato igualitario y digno. Nada más. Pero nada menos. jonathan.lomeli@informador.com.mx