Jueves, 25 de Abril 2024

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El juego de la sucesión

Por: Eugenio Ruiz Orozco

El juego de la sucesión

El juego de la sucesión

En el sistema político mexicano, el titular del poder ejecutivo, que también es líder de su partido, tiene el privilegio de designar a su sucesor. La máxima expresión del poder de un Presidente de la República es aquel en el que resuelve quién habrá de sucederlo. Así fue desde que Plutarco Elías Calles fundó, en 1929, el Partido Revolucionario Institucional y encauzó la vida política nacional después de la Revolución. Este ejercicio se realizó hasta 1999 sin más contratiempo que la substitución de Luis Donaldo Colosio por Ernesto Zedillo (1993) como consecuencia del asesinato del primero. La siguiente elección -cuando el PRI pierde por primera vez la presidencia-, aunque Zedillo decide que Francisco Labastida sea el candidato, no lo provee de los “apoyos institucionales” necesarios para ganar, facilitando el arribo de Vicente Fox. Se conjetura que Zedillo entregó el poder al PAN, como parte de los acuerdos secretos impuestos a México por los EUA en el TLC (la democratización de las instituciones nacionales).

Con el arribo de Acción Nacional y como consecuencia de sus prácticas internas, se modifican los procesos de selección de candidatos. Calderón se impone a Fox y luego, en medio de múltiples cuestionamientos de fraude (alianzas cupulares), alcanza la primera magistratura en el 2006. Sin la figura presidencial en el escenario del PRI, los gobernadores priistas se convierten en supremos electores y ungen candidato a Peña Nieto, quien, como presidente, reasume la facultad metaconstitucional y designa a José Meade abanderado del PRI. La siguiente parte de la historia todos la conocemos.

Valdría la pena agregar que algunos presidentes han tenido la peregrina idea de prolongar su estadía en el cargo más allá de su sexenio. El propio Calles lo intentó con éxito a la muerte de Obregón (asesinado siendo presidente electo), creando la figura política del Maximato. “Aquí vive el Presidente, pero el que manda vive enfrente”, se decía, hasta que Cárdenas lo expulsó de México. El fantasma de esa ambición deambula por Palacio Nacional.

Todo este largo introito para tratar de explicar la tramoya que está armando el Presidente López Obrador para mantener distraída a la opinión pública de los temas fundamentales del país, creando una falsa competencia entre aquellos que, ingenuamente, piensan sucederlo a partir de su incondicionalidad. El Presidente, como si fuera carrera de galgos, suelta el señuelo de la candidatura, los alienta y cada vez sube a más “suspirantes”, que se dedican a hacer campaña, desatendiendo sus principales responsabilidades. Cualquiera puede ser: Ricardo Monreal, Claudia Sheinbaum, Marcelo Ebrard, Rocío Nahle, Adán Augusto López, Esteban Moctezuma y, ahora, ha incluido en su lista a Tatiana Clouthier. En el juego no importa la capacidad, el desempeño, la calidad; bueno, no importa ni el pasado, si fueron militantes distinguidos de algún partido, si son o no responsables de actos que pueden ser delictivos, vaya, ni siquiera el compromiso con el país: lo importante es su fidelidad al jefe político. El juego de la sucesión ha sido perversamente adelantado. El 2024 está a la vista.

Eugenio Ruiz Orozco

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