De acuerdo a teorías geológicas, el origen del vapor de agua en nuestro planeta al igual que los otros gases que componen la atmósfera, fue por exhalaciones volcánicas muy frecuentes en eones y eras primigenias. El proceso paulatino de enfriamiento de la corteza terrestre permitió que por vez primera se inaugurara lo que ahora nos parece natural: la condensación del vapor para formar agua líquida. Desde entonces el ciclo, de magnitudes cada vez mayores, de condensación, precipitación, enfriamiento y saturación del suelo, formación de charcas, escurrimiento y formación de cauces, nueva evaporación, condensación etc., se ha repetido tantas veces como rotaciones de la tierra sobre su eje, hasta la actualidad.El resultado, después de millones de años, es el incremento en el tamaño de las cuencas oceánicas y la delimitación de tierras continentales, elevadas. En los mismos continentes se formaron las cuencas hidrográficas que reciben la precipitación pluvial y que por medio de la escorrentía la conducen, a veces rápidamente, por una red de cauces y cascadas y a veces lentamente por su tránsito en lagos, para finalmente descargarla en el océano e iniciar una vez más el ciclo de evaporación-precipitación.La forma y tamaño de las cuencas oceánicas y terrestres ha ido cambiando en la historia de la tierra por causa de fenómenos tectónicos como el deslizamiento de placas de la corteza y formación de cordilleras donde antes había valles; o por causa de fenómenos más sutiles como la erosión del viento y el escurrimiento del agua. Así el transporte de materiales y su posterior sedimentación han rellenado cuencas lacustres transformándolas en ciénegas, luego en pastizales y posteriormente en bosques en procesos de miles de años.La importancia del agua para las sociedades humanas ha quedado manifiesta desde la selección del lugar para los asentamientos y hemos aprendido a transportarla desde cuencas aledañas mediante acueductos; hemos generado represas con fines varios como la generación de electricidad mediante plantas hidroeléctricas o para la irrigación agrícola o para el impulso de la pesca y acuacultura y otros usos recreativos. Todas estas actividades han acelerado el proceso de evaporación en zonas altas y disminuido la disponibilidad de agua en las zonas bajas. Además usamos los cauces naturales para descargar los drenajes urbanos, agrícolas e industriales y así envenenamos a tantas especies que dependen del vital líquido, paradójicamente incluidas las poblaciones humanas que habitan río abajo porque pertenecen a otro municipio, a otra entidad o a otro país.Cada ser sobre la tierra habita en una cuenca hidrográfica y los esfuerzos de educación ambiental deberían encauzarse a la formación de una conciencia colectiva de pertenencia a ella. Una cuenca intermedia recibe el agua de una cuenca superior y la descarga a una cuenca inferior. Debería considerarse a la calidad del agua como asunto de seguridad nacional y establecer los compromisos de los usuarios del agua de entregarla con características iguales o mejores de cómo son recibidas. Todo esto no sólo con el beneficio para las poblaciones humanas sino para todos los ensambles ecológicos que conforman las regiones. Si no es así, entonces las generaciones posteriores lo pagarán cada vez más caro.El aprendizaje del ciclo del agua debe ir más allá del conocimiento de los procesos de condensación, precipitación, escurrimiento y nueva evaporación…, debería cultivarse al grado de norma o reglamento de observación común, sin importar clase social, económica o jerarquía urbana: metrópoli, ciudad, poblado, villa o caserío.*José Luis Zavala Aguirre es profesor investigador de la Escuela de Biología de la UAG