Viernes, 26 de Abril 2024

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El caballo y el rey

Por: Jacques Rogozinski

Érase una vez un rey que quería conversar con su caballo. Mandó llamar a su primer ministro y pidió que buscara por el mundo a los mejores expertos en lingüística equina. Si el experto lograba que el caballo háblese, el cielo sería el límite para él. Pero si fallaba, lo mataría. Y no era que el cuadrúpedo dijera mamá, papá o alguna palabra suelta; la bestia debía poder debatir con su majestad.

Uno tras otro, expertos llegaron, y uno tras otro perdieron la cabeza. A todo eso, en un pueblito del reino, un pobrísimo agricultor dice a su esposa que irá por el trabajo. La esposa intenta disuadirlo:  apenas puedes hablar tú, ¿cómo harás que un caballo hable?  Pero el hombre va al palacio. Una vez allí los guardias lo tratan de disuadir.  Han venido expertos, le dicen, todos están muertos.  

El mismo rey se declara extrañado, pero el hombre insiste. El rey accede finalmente, y el hombre regresa con su esposa: está feliz. La mujer no lo puede creer: te matarán, le dice. Él entonces cuenta que hizo dos peticiones. Soy un pobre agricultor, le dijo primero al rey, y debo mantener a mi familia. Así que por la mañana trabajaré mi huerta y por la tarde enseñaré al caballo. El rey respondió:  no te preocupes por tu familia. Les daré casa, comida, educación y servidumbre. Nada les faltara. Su esposa abrió los ojos e insistió:  igual te matarán porque el caballo no hablará.

Entonces el agricultor contó la segunda petición: para que el caballo hable, se requieren 15 años; es un caballo, y un ser humano requiere por lo menos 10 para poder llevar una conversación de altura. La mujer dice: entonces en 15 años te mataran, a lo que el granjero responde: en 15 años pueden pasar muchas cosas; el rey puede morir, yo puedo morir, el caballo puede morir, o tal vez hasta hable.

¿Qué digo con esto? En México queremos soluciones mágicas. Nos desespera el rezago en resolver problemas y a mayor rezago, más urgencia por tener una solución ya, ahora. El problema es que las soluciones serias no se consolidan en poco tiempo.

 ¿Queremos buenos policías? Pues debemos educarlos y respetarlos; no considerar a las fuerzas de seguridad como la única salida para personas que no tienen otro trabajo al que aplicar. ¿Queremos mejor educación? Invirtamos nosotros más tiempo en nuestros hijos, desafiemos sus conocimientos, hagamos que no cesen de crecer. ¿Queremos mejores empresarios? Hagamos rugir nuestra voz de consumidores. ¿Queremos mejores gobiernos? Esta es más difícil aún: no hay buenas democracias sin una sociedad civil comprometida con el desarrollo de su país, participativa e involucrada. No habrá mejores dirigentes si nuestros mejores ciudadanos no ingresan al servicio público. Y al prejuzgarlos, tachándolos a todos a priori de corruptos, cada vez habrá menos dispuestos.

Podemos pasarnos la vida quejándonos, pero no resolverá demasiado. El aporte de cada individuo es significativo. El involucramiento nos ayuda a entender la dimensión de los problemas. Sin eso, viviremos tirando piedras y acusando a otros de nuestros males.

Ahora, ¿cuánto toma en aparecer esa solución que digo que no es mágica? Pues pensemos como el agricultor ante el rey. Puede que nos digan que perderemos la cabeza por meternos donde no nos llaman, pero, mientras tanto, en la buena cantidad de años que tome resolver el mentado problema, este puede desaparecer, el creador del problema puede desaparecer o el problema hablará.

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