Domingo, 29 de Junio 2025

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El arte de la corrupción disfrazada: psicopoder y desfachatez

Por: Guillermo Dellamary

El arte de la corrupción disfrazada: psicopoder y desfachatez

El arte de la corrupción disfrazada: psicopoder y desfachatez

Hay una escena que se repite en cada época y rincón del mundo: un político, ya consumido por la gula del poder, se sube al estrado, sonríe ante las cámaras y, con voz pausada, declara su amor al pueblo, su compromiso con la justicia y su lucha contra la corrupción… mientras, bajo la mesa, se reparten contratos, se tapan delitos y se alimenta al monstruo insaciable de la impunidad.

¿Cómo es posible -preguntará el lector honesto- que semejante teatro aún funcione?

¿Cómo logran estos actores del cinismo caminar entre las ruinas morales de su alma y, aun así, recibir aplausos?

La respuesta -diría Harold Lasswell, pionero en la psicología del poder- está en la fórmula ancestral del “quién consigue qué, cuándo y cómo”. Pero, más allá del reparto de privilegios, hay una estructura psíquica de fondo: el narcisismo político, esa enfermedad del alma que transforma al servidor público en adicto a la adoración y al control. El corrupto no se ve a sí mismo como inmoral, sino como merecedor. Cree que es más listo que los demás, que está por encima de la ley y que su mentira es un recurso “necesario” para mantener el orden.

El pueblo, por su parte, se vuelve víctima de lo que Erich Fromm llamó “la huida de la libertad”. Prefiere creer en un salvador, aunque esté manchado, antes que enfrentarse al abismo de su propia responsabilidad política. Así se cierra el círculo: corrupción con retórica, mentira con carisma, control con aplausos, demagogia pura.

Y ahí está la desfachatez, ese descaro casi ritual con el que se escudan tras banderas, discursos y sonrisas. Es una máscara pegada con cinismo al rostro del que ya ha perdido la vergüenza. Un simulacro que no pide perdón ni reconoce error, sino que normaliza la podredumbre y la llama estrategia.

Tal vez por eso el filósofo Peter Sloterdijk hablaba de un “cinismo ilustrado”: ya no se trata de ignorancia, sino de una conciencia lúcida de la propia corrupción, acompañada del cálculo frío de saber que, aun así, muchos seguirán creyendo.

Este artículo es, entonces, un espejo. ¿Quién se atreve a mirarlo sin máscaras?

Porque, mientras la simulación reine, la verdad será un exiliado más de la vida pública…

Y la política, un teatro donde el diablo aplaude desde el palco.

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