Han pasado dos años desde que Vladimir Putin tomó la controvertida decisión de invadir militarmente a Ucrania, con la supuesta intención de conquistar su territorio en cuestión de semanas. Sin embargo, el resultado de esta operación ha sido abrumadoramente negativo para Rusia, dejándola en una posición más precaria que al inicio de la guerra.El precio humano de este conflicto es desgarrador, con miles de jóvenes rusos y ucranianos sacrificados en un conflicto que ha evidenciado las debilidades del ejército ruso frente a un enemigo aparentemente más pequeño. Pero más allá de las pérdidas humanas, la guerra ha desencadenado un cambio geoestratégico significativo. En lugar de someter a Ucrania, Putin ha conseguido aislar a Rusia, fortalecer la unidad europea y consolidar la OTAN con nuevos miembros y un aumento sustancial en el gasto en defensa.El intento de Putin de basar su invasión en la idea de un sentimiento pro ruso en el tejido social ucraniano ha fallado estrepitosamente. Ucrania ha emergido con una identidad nacional más fuerte que nunca, transformándose en un enemigo decidido de su vecino oriental. Esta guerra ha reavivado la producción militar en Estados Unidos y Europa a niveles sin precedentes en tiempos de paz, destacando las vulnerabilidades del Ejército ruso y reforzando la seguridad occidental.Además, la polarización global resultante ha llevado a muchas naciones occidentales a reducir sus compras de productos rusos, especialmente energéticos, minando la economía rusa, y aunque no ha generado aún algún descontento importante entre la opinión pública, hasta ahora envuelta en la ola nacionalista impulsada por el Gobierno, ha fertilizado la semilla de la inconformidad ante la muerte del líder de la oposición en una cárcel en el círculo ártico y también agitado la imagen de Putin, quien responde con acciones autocráticas respaldadas por la fuerza del férreo control que ejerce sobre la comunicación.El analista Ian Bremmer en una publicación en The Economist plantea la preocupante posibilidad de que Putin recurra al uso de armas químicas, marcando una escalada aún más peligrosa en un conflicto ya ensangrentado. Con las sanciones ya asumidas, Putin podría optar por medidas extremas, aumentando la tensión global en un momento político especialmente agitado.En este escenario, México ha mantenido una posición cautelosa y ambigua, evitando condenar a Putin de manera contundente y asumiendo críticas de manera reluctante. El Wilson Center ha calificado la posición mexicana como ambigua, ubicándola inicialmente en un grupo que condena la invasión rusa en Ucrania pero discrepa con la estrategia de Occidente. México busca mantener una neutralidad pragmática, equilibrando su tradición multilateralista con las presiones internas de grupos pro rusos.Sin embargo, la realidad podría obligar a México a adoptar una postura más firme, especialmente si las predicciones sobre el aumento de la violencia se hacen realidad. Dos años después, con más de cien mil muertos y miles de millones de dólares invertidos en armas, la guerra en Ucrania ha cambiado la percepción del mundo y ha puesto a México en una posición más comprometida de lo que inicialmente pretendía. La escalada de la violencia y la posible adopción de armas no convencionales podrían llevar a un punto de no retorno, exigiendo una respuesta más clara y firme por parte de México ante las acciones de Putin. La guerra en Ucrania ha dejado una huella indeleble en el panorama global, recordándonos que la paz y la estabilidad son bienes preciados que deben protegerse con determinación y cooperación internacional.luisernestosalomon@gmail.com
