La actividad política tiene que ver esencialmente con la gestión del poder. Idealmente, esta gestión del poder tiene como único fin el bien común, una idea que no hay que perder nunca de vista pues, aunque sabemos bien que no suele ser así, esa es la brújula ética que permite comparar quién es y quién no es un buen político de cara la sociedad a la que se debe. Cuando la política se convierte en la gestión de la popularidad, cuando lo único importante es caer bien, no sólo se pervierte el objetivo sino la actividad misma de la política.La popularidad, la aceptación de los representados, es fundamental para el ejercicio político. La popularidad es la palanca que permite transformar, hacer cambios de rumbo, construir lo nuevo. Los políticos de gabinete, los expertos, los tecnócratas quedaron fuera de la boleta electoral. Hoy hay que ser popular y, en la mayoría de las ocasiones, el brinco al populismo y a la autocracia se da con naturalidad.El fin de semana del político argentino Javier Milei es un claro ejemplo de los límites de esta política enfocada en caer bien. En pocas horas, el presidente argentino pasó de ser el promotor de la libertad económica (¡carajo!) que promovía un bitcoin, una moneda virtual sin sustento, al payaso de las redes sociales y un presidente con demanda de juicio político (¡joder!).¿Qué tiene que hacer un presidente de la república promoviendo una moneda virtual? Claramente se configura un conflicto de interés. Es exactamente lo mismo que haber promovido la compra de una moneda extranjera a la que él hubiese apostado en los mercados. Por si fuera poco, su apuesta resultó un fracaso y se llevó a muchísimos argentinos, y uno que otro fan fuera de su país, a perder dinero en minutos. Por ganar un poco de popularidad, el presidente argentino echó por la borda su credibilidad que, independientemente de lo que cada uno de nosotros piense de él (para mí siempre ha sido un payaso), sí tenía credibilidad con muchísimos argentinos esperanzados en un cambio de política económica tras el fracaso del kirchnerismo.El caso Milei es tan patético que raya en la caricatura, pero por lo mismo es una clara muestra de los límites de la política sin sustento. Gobernar para las redes, ese espacio donde mandan las emociones y se difumina la frontera entre lo real y lo virtual, lo verdadero y lo falso, lo objetivo y lo subjetivo, donde lo que importa es la emoción y no la razón, más temprano que tarde termina chocando con la terca y maldita realidad, el muro contra el que se estrella todo populismo y todo político “caime bien”.diego.petersen@informador.com.mx