Todo Cónclave genera enormes expectativas, particularmente en un país abrumadoramente católico como el nuestro. Para el 85 por ciento de los mexicanos significa la elección del líder de su Iglesia y para el resto un morbo infinito. Pero en esta ocasión, como pocas en la historia reciente, la expectativa de la elección del nuevo Obispo de Roma y Papa de la Iglesia Católica es seguido urbi et orbi, en la ciudad de Roma y en el mundo entero.Si algo logró Francisco a lo largo de sus 12 años de papado fue regresarle al Papa una voz más allá de los temas que tienen que ver con la vida interna de la Iglesia y con la moral. La gran cantidad de jefes de Estado que asistieron a su funeral y la reunión cumbre en el Vaticano entre Donald Trump y Volodímir Zelenski (ninguno de los dos católico) dejaron claro la fuerza política de la Iglesia Romana y lo que representa en estos momentos la figura papal. Pero no nada más: Francisco metió a la Iglesia a los debates de frontera como los llamaba él, esos que están en los límites, como la inteligencia artificial, el deterioro ecológico o la migración.En un mundo polarizado, deshumanizado, amenazado por guerras, con la democracia en vilo, la decisión de quién será Papa afecta a todos, no solo a los católicos. Para el mundo no es lo mismo un Papa conservador, aliado de las causas de Trump, que uno liberal que haga contrapeso. La posibilidad de que un cardenal estadounidense, como Michael Dolan, llegue al trono de San Pedro en este momento de la historia significaría un enorme desequilibrio de poder. Un Papa abierto, que dé continuidad al pensamiento de Francisco, como el filipino Luis Tagle o el italiano Matteo Zuppi, abre la puerta a otras discusiones que el conservadurismo ha ido cerrando en muchos países católicos y no católicos. Un Papa diplomático, como el actual secretario de estado Vaticano, Pietro Parolin, le daría a la Iglesia un mayor peso en el concierto internacional.Se espera un cónclave largo, de varias rondas de votación, donde los llamados moderados o indefinidos tendrán un papel relevante sea para inclinar la balanza, sea para proponer alguien que uno y otro lado consideren confiable. En dos, tres, cinco, ocho o 10 días, en una de esas más, sabremos quién será en nuevo líder de la Iglesia Católica y lo que eso pueda significar urbi et orbi, para Roma y para el mundo. Salvo en Cónclaves preparados con mucha anterioridad, como fue en el que se eligió a Joseph Ratzinger (Benedicto XVI) tras una larga enfermedad del Papa Juan Pablo II, en general nunca ganan los favoritos ni de la prensa, ni de las casas de apuestas, por lo que tiene poco sentido especular. Quien diga que sabe lo que va a pasar está mintiendo o faroleando.