Domingo, 12 de Mayo 2024

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El miedo en la piel

Por: Diego Petersen

El miedo en la piel

El miedo en la piel

“Quiero sentirme segura cuando regrese a casa, vivir sin miedo”, clama una niña en su participación en un Parlamento Infantil organizado en Michoacán. Tiene diez años y una clara conciencia de sus miedos, las limitaciones que le impone el no sentirse segura, no poder jugar en el parque sin la vigilancia de un adulto. Sabe muy bien qué es el temor a desaparecer, a un día no volver a casa. Podemos pensar que es una niña con una conciencia muy desarrollada para su edad, lo cierto es que representa a una generación de mexicanas y mexicanos a los que les hemos heredado un país convulso, pero sobre todo les hemos heredado el miedo.

El miedo es un sentimiento irracional, aunque no por ello menos real. Estadísticamente la probabilidad de ser víctima de un delito es realmente menor, y habrá más de una explicación matemática para decirnos que es más probable tener un accidente automovilístico que ser víctima de un delito grave. El miedo no se quita con estadística. Los delitos suceden, y suceden en nuestro entorno. Esa niña sabe que en este país hay acoso, hay abuso, hay violaciones, hay desaparición. Ha visto cómo su madre, sus hermanas, primas o vecinas son víctimas de violencia de género; ha escuchado a su padre o sus maestros hablar de la violencia cotidiana; lee, ve o escucha en medios y redes el conteo de muertos y desaparecidos, las estadísticas con las que las autoridades intentan día a día combatir el delito. Bajaron los asesinatos, 2, 5, 15 por ciento, dicen. Unos días después los asesinatos que habían bajado gracias, presumían, a la estrategia de los gobiernos federal y estatales, vuelven a subir sin que nadie nos explique por qué, sin que ellos mismos sepan por qué.

Mayo es hasta ahora el mes más violento del año. Apenas en febrero la Secretaría de Seguridad presumía el mes más bajo en asesinatos en cinco años con 1,933 homicidios. Desde entonces ha crecido mes a mes, y llegamos a 2,472. Son cifras, todo se ha reducido a cifras que no le dicen nada a quien perdió un familiar; ellos se quedan con el cien por ciento del dolor.

La política de contención no contiene, la de disuasión no disuade, la de moralización no moraliza. El miedo sin embargo se cuela como la humedad de una casa a otra, de la habitación de los padres a la de las hijas, del salón de clase a las calles. Es difícil perder el miedo cuando se ha crecido con él, cuando queda impregnado en la piel como el olor a humo después de un incendio. 

Mejorar la seguridad es una tarea titánica. Regresar la confianza a una generación que la ha perdido, quitar el miedo con el que se ha crecido, es prácticamente imposible. 

diego.petersen@informador.com.mx

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